Petro se quedó solo. Su gobierno terminó. Ya es natural verlo en escenarios vacíos donde las cámaras lo enfocan haciendo largas peroratas con advertencias apocalípticas para la humanidad y para Colombia y con expresiones que no se acompasan con la función de presidente. Lo hace cada tres o cuatro días. Pasan por sus discursos erróneas referencias sobre la historia de Colombia, apuntes estrambóticos sobre la inteligencia artificial, Marx, la mediocridad de sus funcionarios, la corrupción, las traiciones, los fantasmas, las conspiraciones, entre otras cosas.

Nos hemos acostumbrado a ver como ataca al mercado, al sector privado, a las instituciones, a los estudiantes, a los campesinos, entre otros. Lo vemos pontificando de asuntos internacionales que no entiende, llevándolo a meter la pata de forma recurrente.

Parece que el mundo y el país van por un lado y él por otro. Comparando sus discursos actuales con los que hacía como congresista o alcalde no hay mayor diferencia. Nunca pudo decir algo diferente o novedoso. Nunca pudo salir de la oposición. Nunca abandonó su curul que ocupó por años y de la cual no salieron ideas o proyectos de ley sino amenazas y denuncias.

Por esa razón su perplejidad e infelicidad como presidente. Sus palabras contienen pesimismo, ruptura, dolor, sufrimiento, resentimiento y elucubraciones fantásticas. La semana anterior en un discurso ante unas sillas desocupadas en el Catatumbo dijo que iba a construir infraestructura para esa zona del país con Venezuela. Uno se queda pensando si verdaderamente entiende que le faltan 1 año y 4 meses para que en Colombia haya un nuevo presidente.

Sus discursos de trenes aéreos fantasiosos o de fabulaciones permanentes, han llevado a los colombianos a alejarse para siempre. No tiene el pueblo, ni los votos que lo acompañaron. Tendrá infelicidad y olvido.

Pero más allá de esta constatación, he estado investigando temas que me ayuden a comprender a Petro y a muchos de sus colaboradores y en ese camino me encontré “el efecto Dunning Kruger”.

Este concepto surgió de las investigaciones de los psicólogos David Dunning (Míchigan, 1959) y Justin Kruger (California, 1968). Para estos estudiosos, el efecto se puede definir como un problema cognitivo por el cual personas con capacidades limitadas en diversas áreas del conocimiento, subestiman su capacidad y desempeño. Es decir, personas que piensan y juzgan erróneamente.

El caso que dio origen al estudio de este efecto se presentó cuando en 1995 dos ciudadanos hurtaron dos bancos de Pensilvania. A pesar de la presencia de varias cámaras de seguridad, ninguno de los dos se empeñó por ocultar su rostro. Casi sin esfuerzo los capturaron. Uno de ellos se sorprendió porque se había untado zumo de limón en la cara porque según creía se haría invisible ante las cámaras. Cuando fue cuestionado, explicó que él se tomó una foto con una cámara polaroid, pero antes se había esparcido limón hasta en los ojos. Con lo que no contaba es que el limón le causó una visión borrosa lo que hizo que enfocara mal la foto con la obvia desaparición de su imagen.

A estos extremos teóricos nos ha llevado el gobierno de Petro y los discursos hilarantes del presidente. Por lo pronto, nos toca como colombianos hacerle frente a esas conductas con instituciones fuertes, con fuerzas políticas sólidas, con coherencia, firmeza y determinación. Nada de aceptar la imposición de la tolerancia frente a personas o acciones intolerantes. Esa historia de aceptarlo todo porque toca debe dejarse a un lado. El respeto y la tolerancia se ganan con actos recíprocos. Lo contrario es aceptar la agresión, la destemplanza y la imposición.

Al final, no nos queda de otra como dije en la columna anterior que reconocer a los imbéciles, cretinos, estúpidos, locos que normalmente terminan solitarios.

* Ex fiscal general de la Nación

* Profesor del Adam Smith Center for Economic Freedom, Florida International University (FIU)