Los salmos reflejan la vida misma. Son el eco de las emociones, las decisiones y las experiencias de personas sencillas que, en su diálogo con Dios, encuentran una manera de afirmarse en sus valores, de buscar respuestas a sus interrogantes existenciales, de sentirse sostenidos en momentos de temor y angustia, y de vivir con confianza. No son seres lejanos ni abstractos, no son marcianos en batalla con entelequias metafísicas ni preocupados por excesos de pureza interior. Son humanos, como tú y como yo, viviendo. Por eso podemos conectar con los salmos: porque lo que allí pasa se parece a lo que nos pasa todos los días.

Pienso, por ejemplo, en el salmista que exclama: “Dios mío, líbrame de las manos del malvado, de las manos del criminal y del violento, pues tú, Señor, desde mi juventud eres mi esperanza y mi seguridad. Aún estaba yo en el vientre de mi madre y ya me apoyaba en ti. ¡Tú me hiciste nacer! ¡Yo te alabaré siempre!” Imagino que está en una situación límite, de esas que nos hacen creer que todo está perdido. Seguro ya ha hecho todo lo posible por protegerse, pero el peligro lo acecha. Y entonces, habla con Dios. Confía. Clama. Pide una intervención que le devuelva la vida y la esperanza. Su fe es su ancla.

Una fe que no nace del dogma ni de la teoría, sino de la vida cotidiana. No es el resultado de construcciones doctrinales o reflexiones filosóficas, sino de una relación personal, profunda y amorosa con Dios. Es una espiritualidad que no se basa en el miedo a un Dios castigador, sino en el encuentro con un Dios que quiere vernos plenos, felices y realizados.

Dios nos habla en la historia personal de cada uno. Sus palabras no solo resuenan en los templos, sino también en las calles, en el trabajo, en las lágrimas, en las risas. Habla a través de los acontecimientos, y nos interpela desde el corazón, mostrándonos su camino, su verdad y su vida.

Creer, entonces, es vivir en clave de Dios: entender sus valores y dejarnos mover por ellos. Que cada palabra, cada actitud y cada acción tengan en Él su referencia, y así sepamos cómo hacer de la vida un espacio con sentido y propósito.

Porque la fe que no sirve para vivir feliz, no sirve para nada. No es adorno ni refugio pasivo, es respuesta viva al amor que nos impulsa a diario. Y en Jesús encontramos el modelo perfecto de una vida que agrada al Padre y transforma la historia. La fe verdadera no nos aleja del mundo, nos compromete con él. No nos encierra en teorías, nos lanza a vivir con sentido, con coraje y con amor. Porque al final, creer es elegir vivir de forma que el cielo comience ya, aquí en la tierra.

@Plinero