El reciente anuncio de aranceles del 10 % a las importaciones de café colombiano por parte del gobierno de Donald Trump no es un ataque directo al grano nacional, pero sí una señal clara de que incluso productos históricamente neutrales, como el café, pueden terminar involucrados en disputas comerciales más amplias. Lo que está en juego no es solo el precio de una taza, sino el lugar que ocupa Colombia en una cadena global marcada por tensiones geopolíticas.
Curiosamente, esta no es la primera vez que una bebida se convierte en símbolo de algo más grande. En 1773, el motín del té en el puerto de Boston encendió la chispa de la Revolución Americana. Ese acto de rebeldía marcó una ruptura política y un cambio cultural. El rechazo al té, símbolo del dominio británico, abrió paso al café como nueva bebida nacional. Desde entonces, Estados Unidos se transformó en la nación cafetera por excelencia, no por su producción (que es mínima) sino por su consumo. Y en esa historia, Colombia ha sido protagonista.
La relación entre Colombia y Estados Unidos en torno al café no comenzó con la globalización del siglo XX, sino a mediados del siglo XIX, cuando veleros provenientes de Boston y Nueva York atracaban en Cartagena y Santa Marta para cargar café cultivado en las montañas de Santander, Norte de Santander y Cundinamarca. Desde allí, el café se desplazaba por rutas coloniales, como las de Mompox, hacia los puertos del Caribe. Barranquilla, con su auge comercial a finales del siglo XIX, se convirtió en un punto clave, albergando casas que conectaban los cafetales con el mercado global. Tras el declive del tabaco como producto de exportación, el café se consolidó como el nuevo emblema comercial del país.
Durante el siglo XX, la relación se profundizó. La Federación Nacional de Cafeteros modernizó la producción y comercialización, mientras el personaje de Juan Valdez posicionó el café colombiano como sinónimo de calidad. La apertura económica de los años 80 facilitó su expansión hacia nuevos mercados, y Colombia se consolidó como uno de los mayores proveedores de café arábica del mundo. Con el tiempo, el café se volvió símbolo de la globalización: un producto ligado a la tierra y al trabajo rural que forma parte de la vida cotidiana en ciudades globales de todo el mundo.
Pero hoy, esa historia enfrenta un nuevo capítulo. En abril, el gobierno de Donald Trump anunció un arancel del 10 % para el café colombiano, como parte de una estrategia comercial que también afectó a Brasil y Vietnam. Aunque se justifica como una medida de reciprocidad, su impacto es considerable: Estados Unidos produce solo el 0,2 % del café que consume, por lo que el alza de precios se trasladará al consumidor. Más allá de los precios, la imposición de aranceles refleja cómo el comercio de café se ha insertado en tensiones políticas más amplias: desde las prioridades proteccionistas de Washington hasta la competencia global entre países productores.
Para Colombia, la medida representa un reto, pero también una oportunidad. Mientras los aranceles a Vietnam, productor de robusta, un grano más barato, fueron del 46 %, el café arábica colombiano mantiene ventaja competitiva. En un contexto de crisis climática que ha golpeado las cosechas en Brasil, Colombia puede posicionarse como proveedor confiable y resiliente. Ya se ven señales de transformación: cooperativas que apuestan por trazabilidad, emprendimientos que vinculan el café con el turismo rural y esfuerzos por fortalecer las denominaciones de origen. Aun así, los desafíos persisten: baja productividad, acceso limitado al crédito y vulnerabilidad frente a la volatilidad del mercado.
Vale la pena recordar que detrás de cada taza de café hay una historia: una cadena de trabajo que comienza en las montañas de nuestra tierra y, muchas veces, pasa por los muelles de la costa antes de cruzar fronteras. En un mundo donde las tensiones comerciales se resuelven en los estantes del supermercado, el café colombiano no es solo un producto: representa empleo rural, tradición y presencia internacional. Su historia sigue escribiéndose, entre desafíos globales y oportunidades que no podemos dejar pasar.
@IsidoroHazbun