Me gustan los signos de la liturgia de la Vigilia Pascual con la que la comunidad católica celebra la Resurrección de Jesucristo: fuego, agua, palabra y pan. Son realidades ordinarias que, en su sencillez, comunican una vida que trasciende, que da sentido, que despierta. Son los símbolos con los que expresamos la certeza más profunda del corazón: el que fue asesinado en la cruz está vivo, no se quedó en el frío del sepulcro.

¿Y eso qué tiene que ver contigo, conmigo, con nosotros, humanos del siglo XXI? Creo que la Resurrección nos revela que hay una manera de vivir que conduce a la plenitud, al sentido, a la verdadera felicidad. Como Pedro (Hechos 2,14-41; 3,11-21), también yo creo que la Resurrección es la confirmación que el Padre Dios hace sobre la vida de Jesús:

¿Y cómo vivió Jesús? Podríamos resumirlo en cuatro opciones fundamentales:

En autenticidad. Jesús entendió su misión y la vivió con fidelidad y sabiduría. No se dejó atrapar por las expectativas sociales de su tiempo. Actuó con libertad interior, fiel a lo que descubría como su verdad más profunda. Por eso no le temió a las consecuencias de sus decisiones, ni siquiera a la cruz. Sus palabras y acciones revelaban los valores que lo definían, aunque incomodaran al poder establecido.

En comunión. Rechazó la lógica egoísta de quien cree que puede vivir desconectado de los demás. Abrió su vida a otros, compartió con ellos su visión del Reino, creó comunidad. Incluyó en su círculo a los excluidos, a los despreciados, a los considerados indignos. Entendió que el verdadero templo de Dios es la comunidad de hombres y mujeres que se aman con autenticidad.

En justicia. Su compromiso fue con la dignidad de todos. Denunció toda forma de discriminación, ya fuera por religión, riqueza, fama o color de piel. Reconoció que los más necesitados —los pobres, los enfermos, los marginados— eran los que más urgían su presencia, su compasión, su palabra liberadora. Porque Dios es justicia, y se hace respuesta para quienes han sido silenciados por el poder.

En docilidad al Padre. Me impresiona la intimidad de Jesús con Dios. No dejó que las estructuras religiosas o los ritos vacíos lo alejaran del corazón del Padre. Descubría la voluntad divina en la oración, en la historia, en el dolor de la gente. Su espiritualidad era concreta, encarnada, comprometida. Vivía atento al susurro de Dios en lo ordinario.

Esa forma de vivir es la que el Padre respalda al resucitar a Jesús. La resurrección no es sólo un milagro, es una declaración definitiva: esta es la vida que vale, esta es la vida que conduce al cielo. Por eso nadie puede pretender estar con Dios si no vive a la manera de Jesús.

Sí, el Man está vivo. Y nos invita a vivir como Él.

@Plinero