La Casa de Nariño convertida en un muladar, un estercolero de corrupción, droga y vulgaridad. Todo junto y al mismo tiempo.

No es, ciertamente, el primer gobierno con escándalos de corrupción. Pero ninguno como este, tan putrefacto, con tantos y tan poderosos salpicados. Y ninguno tampoco con tanta plata hurtada, billones de pesos solo entre la UNGRD y el Invías, y con tan turbios propósitos, desde la compra de congresistas hasta aceitar la elección del secretario jurídico de Palacio como magistrado de la Constitucional. Ocurre que, además, Petro nombra ministros investigados o incluso imputados por corrupción. Un gobierno lleno de pústulas.

Como suciedad es lo que sale por la boca de Petro. Siembra odio y violencia en sus discursos y trinos incendiarios. Ahora trata de “hp” al presidente del Senado, mostrando que “el tamaño de la grosería mide con exactitud la deficiencia de la inteligencia”. Lo soez, lo vil, entronizado en el poder.

Y sí, el consumo recreativo es un asunto privado y el drogadicto un enfermo. Pero otras son las consideraciones si el adicto es el jefe de Estado. Y no solo porque incumpla su agenda en forma sistemática sino porque sus decisiones afectan a todos los habitantes del territorio nacional, a veces en asuntos graves, a veces incluso de vida o muerte. No puede exigirse respeto por la privacidad de los presidentes cuando sus actos afectan sus funciones o el interés público. El petrismo pone en duda las afirmaciones hechas por Leyva sosteniendo que está resentido y que lo que dice no está probado. Pero sus motivaciones para acusar a Petro no invalidan lo que afirma y Leyva solo ratifica lo que ya Benedetti y María Jimena Duzán habían sostenido y era rumor extendido en la opinión pública por cuenta de los desvaríos del inquilino de la Casa de Nariño. ¿Es el abuso de drogas causa o coadyuvante de las depresiones de las que también habla Leyva?

Además, en un país plagado de cocaína y que ha sufrido tanta violencia por cuenta de la droga, el consumidor alimenta ese ciclo de sangre y muerte. Hay, pues, una consideración ética adicional en el caso del presidente. Si, para rematar, se eligió como resultado de un pacto con mafiosos, según confeso su propio hermano, y en su discurso y en los hechos defiende los cultivos de coca, trivializa el consumo de cocaína y concede beneficios a los que con ella trafican, que sea un adicto adquiere mayor trascendencia. Como si no bastara, Leyva sugiere que Petro está bajo chantaje de Benedetti y Sarabia precisamente porque sabrían de sus comportamientos indecentes, confirmando lo que algunos ya algunos habíamos sostenido.

En semejantes condiciones, lo natural sería que Petro renunciara, dejara al país libre de su estigma y nos evitara más daño. Pero no lo hará. Carece de grandeza. Y como la Comisión de Acusaciones prevarica un día si y el otro también, mucho me temo que el palacio presidencial, hasta el siete de agosto del 2026, seguirá siendo cueva de bandidos y olla de drogadictos.

@RafaNietoLoaiza