Nadie puede negar que la economía colombiana iba bastante mal en 2022, salvo en unos pocos sectores. Pero también es cierto que en el gobierno de Gustavo Petro va igual o peor, también con excepciones.
En un país que necesita crecer a tasas altas para poder salir del subdesarrollo, la base de todos sus problemas, en 2024 la economía de Colombia creció el 1,8 por ciento y se espera que en 2026 lo haga al 2,6, porcentajes muy pequeños para poder salir del hoyo en el que se encuentra. Así, ¿hay algún cambio de Petro decisivo para la suerte de un país? Ninguno.
En 2024, la balanza comercial de Colombia fue negativa en 10.807 millones de dólares y la de la cuenta corriente, también deficitaria, llegó a 7.412 millones, disminuida en 11.847 millones por las remesas de los colombianos. Plata que se mueve por los ‘dolarductos’ por donde se exporta la riqueza nacional para pagar importaciones exageradas, costosa deuda externa y exageradas ganancias de las transnacionales instaladas en el país.
Cuentas externas que empeorarán con la arbitrariedad de Trump de castigar con aranceles las exportaciones a Estados Unidos, sobreprecio que reducirá las ventas o las utilidades de los exportadores colombianos. Medida que refutó la fábula que echaron en los días en que se aprobaron los TLC, sobre que esos tratados “nos daban estabilidad en las relaciones económicas”.
Y tener que leerle a Petro su impudicia de afirmar: “Latinoamérica, incluida Colombia, se benefician con la política de Trump sobre aranceles”. Nada extraño en un ferviente seguidor del FMI, así lo oculte.
Como la economía opera mal, los ingresos tributarios de 2024 disminuyeron sobre los de 2023, mientras que Petro, de irresponsable, aumentó el gasto público, elevando el déficit del gobierno central del 4,2 al 6,8 por ciento del PIB, 60 por ciento más. Gasto exagerado que en mucho va al pago de más burocracia improductiva para la clientela petrista.
O va a gastos demagógicos e innecesarios, como vacunar a todos los colombianos contra la fiebre amarilla. O a malbaratar 1.900 millones de dólares en aviones supersónicos de guerra que Colombia no necesita, los mismos que el candidato Petro rechazó cuando el que quiso comprarlos fue Iván Duque. Porque en el caudillismo hirsuto que cada vez más los caracteriza, pretende imponer la viveza de que lo errado se vuelve acierto si la decisión la toma Gustavo Petro.
Para profundizar en su mesianismo y autoritarismo, Petro desconoce decisiones de los jueces y no responde por la corrupción en su gobierno, porque, avivato, solo la ve en los gobiernos de sus antecesores.
Y lo que faltaba en su despotismo: arrearle la madre al presidente del Senado porque en esa corporación a Petro no le han aprobado alguna ley. Como si lo democrático no incluyera la separación de los poderes y poder aprobar o no una ley, sino que consistiera en someterse al autócrata que pretende llevar arreados al poder Legislativo y al Judicial, abusando del respaldo popular que le pueda quedar por su discurso de populismo ramplón, engrasado con vulgar clientelismo.
Que quienes llegaron al petrismo de buena fe reflexionen sobre el gran daño que una personalidad delirante e inescrupulosa como la de Petro –apoyada en sus insaciables barones electorales, viejos y nuevos– le está causando a Colombia.