Según datos del Banco Mundial, somos uno de los países del mundo que tiene la menor proporción de ciudadanos nacidos en el exterior: solo el 0,2% de los colombianos es nacido por fuera. Si comparamos este dato con el de Estados Unidos o Australia, con respectivamente una proporción de 13% y 20%, nos damos cuenta que somos un país de colombo-colombianos. Nuestra población no recibe casi ninguna influencia exterior, de ahí nuestro hermetismo cultural y nuestra falta de competitividad económica, porque entre menos es abierta una sociedad, menos fluye la creatividad y la innovación. Aunque el país haya mejorado en las últimas décadas, el problema es que el contexto cambia pero las mentes cerradas no, y no nos damos cuenta del impacto de este estancamiento.

El encierro demográfico en el que vivimos también se debe a que la mayoría de la población esté ubicada lejos de las costas. Por eso, en Colombia ha fracasado la diversificación exportadora: el 50% de la producción nacional se concentra en la región Cundiboyacense y Antioqueña; es decir, a más de 500km de distancia de los puertos más cercanos. Que la producción nacional esté lejos de los puertos exportadores no sería un problema si los costos de fletes interiores fueran competitivos; sin embargo, duplicamos en precios de fletes a países como Perú o Chile. Cuando la nación le da la espalda a sus fronteras y encarcela geográficamente al país en las cordilleras, limita los positivos movimientos migratorios y, por tanto, reduce su diversificación demográfica, creando la receta perfecta para estar bien lejos de la globalización. Imagínense lo diferente que sería nuestro país si el 50% de la población y de la producción nacional estaría ubicado entre Coveñas y Riohacha.

Es obvio que nuestra Región Caribe ha sido víctima directa del centralismo andino. Sin embargo, la culpa es compartida: poco han hecho nuestros líderes locales para contrarrestar tal fenómeno. A pesar de tener el mundo a nuestro alcance nos hemos anclados solitos, creyendo que las oportunidades y el desarrollo del país comenzaban desde la capital y esperando que bajaran de aquella los ríos de inversiones para la región.

A pesar de lo anterior, todavía es tiempo de reversar el error histórico de haber montado el país al revés y hacia el interior (el ejemplo de Ecuador es llamativo: mientras la andina Quito es la capital política de la nación, la ciudad costera de Guayaquil es la capital económica). El reto para nuestra generación sería el de convencer que el desarrollo nacional pasa irremediablemente por invertir en nuestras costas: mudar eficientemente la producción nacional hacia el Caribe y el Pacífico para mejorar nuestra competitividad, invertir masivamente en la infraestructura costera para permitir lo anterior y desarrollar allí los pertinentes centros educativos y las adecuadas urbes para incentivar tanto las migraciones internas como las externas.

@QuinteroOlmos