Ante la impresionante avalancha de inseguridad y corrupción que le ha caído al país en los últimos años, agravando esos cánceres malignos que nos han perseguido siempre, se abre paso una propuesta interesante de sectores serios de la sociedad, privados y públicos, que merecen un estudio sustancioso y análisis exhaustivos. En el tapete de la opinión pública está la carta por jugar: sacar parte del Ejército Nacional a las calles para que –previo adiestramiento y capacitación formal– apoye, ayude, sustente a la Policía en sus labores constitucionalmente ciudadanas de protección a los derechos civiles de los colombianos.

Hay en el país angustia y desesperación por el incremento de la inseguridad en todas sus modalidades y de la corrupción en todas sus características. Hay miedo. Hay susto. Muchas personas, muchísimas, sienten un extraño temor para salir a la calle a las labores cotidianas. En cada esquina se cree encontrar al raponero y en cada impuesto que se paga cantidades de personas piensan cuánto de lo que estamos cancelando va a parar al bolsillo de los corruptos. No exageramos, es la conciencia colectiva casi unánime de lo que con acierto los psiquiatras llaman psicosis colectiva, de las masas.

Se propone que se prepare al Ejército. Los que no están de acuerdo afirman que es la fuerza pública la que debe dedicarse a cuidar la soberanía nacional. Los que sí estamos de acuerdo contestamos: ¿No es acaso la vida y la seguridad civil de los ciudadanos una parte sustancial de la soberanía de la nación? Soberanía no es solamente el concepto abstracto que ante las legiones romanas que partían a la conquista Plinio el Joven introdujo en los códigos del Imperio. Ni es tampoco únicamente ondear las banderas y cuidarlas en puertos y altamar de las naves de la armada alemana, antes de apostarse a hundir los submarinos ingleses. No; soberanía es la vida tuya, de tu familia, amable lector, y la nuestra igual como tú. Soberanía es fomentar el respeto, la tranquilidad y la paz. Es edificar y proteger una cultura ciudadana.

Esta propuesta no tendría un costo muy alto porque de todos modos se necesita urgente un incremento en el pie de fuera de la Policía. Ese incremento puede ser reemplazado por los hombres del Ejército que tienen experiencia, gran sentido del honor y altos principios de responsabilidad y deber. Como los buenos policías también. Por otro lado, un sereno análisis de estos temas nos pone ante esta vertical disyuntiva: Colombia en el momento esencial antes de unas elecciones trascendentales no tiene sino dos caminos: el primero, empezar a trabajar con énfasis en la reforma a la justicia para modernizar unos procedimientos desuetos que no se ajustan a la dura realidad nacional. Hay que acabar en los códigos con los vencimientos de términos, con las casas por cárcel, con las rebajas vergonzantes de penas ante las confesiones y delaciones, con dejar libres por falta de pruebas cuando se detiene a un delincuente con 10 anotaciones anteriores, con los principios de oportunidad. Todo esto hay que barrerlo o nos traga el delito. Y lo segundo, el presidente que llegue debe destinar todo el presupuesto del mundo para construir diez o más cárceles de tipología mega, para albergar tanto delincuente que está en la esquina esperándonos para robarnos el celular… o el alma.