Una de las promesas del nuevo gobierno que ha recibido la mayor aceptación ha sido la que se refiere a acabar con la llamada mermelada a los sectores políticos. Esa mermelada tan asociada con la corrupción en el manejo de recursos públicos por parte de grupos importantes de parlamentarios. Sin embargo, esta promesa que realmente sería un cambio trascendental en las relaciones entre el gobierno y la clase política, puede tomar otros caminos tan o más complicados en el manejo del Estado. Este parece ser el caso que se está observando en la diplomacia colombiana.

Para poner el tema en el contexto adecuado, es necesario empezar por reconocer que ningún gobierno de este país ha logrado desarrollar o al menos iniciar la construcción de una verdadera carrera diplomática. Estamos a años luz de la forma como Brasil, por ejemplo, maneja su representación en distintos países del mundo. Y esta forma alegre como se maneja el nombramiento de diplomáticos en Colombia ha llevado a muchas falencias e, inclusive, a escándalos de nuestros representantes en el exterior, cuyo costo siempre se ha minimizado. También, históricamente, se ha maltratado a los funcionarios de carrera y más bien se les ha dado prioridad a los embajadores “a la carrera”, como se clasifican aquellos que muchas veces se improvisan por distintas razones.

Al observar lo que está sucediendo actualmente con los nuevos embajadores nombrados por el presidente Duque, no solo se perpetúa esta deplorable tendencia, sino que parece más compleja aún la situación de nuestra representación en el exterior. Para ponerlo en plata blanca, parece que la diplomacia se ha vuelto la nueva versión de la mermelada aplicada por el presidente Duque. Para muestra de lo anterior, no uno sino varios botones: quienes lo apoyaron en su campaña presidencial son los grandes beneficiarios de embajadas de gran importancia para el país.

El último nombramiento, el de Ana Milena de Gaviria como embajadora en Egipto, se dio bajo el peregrino argumento de que “ese país le encanta”. Quienes conocemos Ana Milena sabemos de sus capacidades, y seguramente lo hará muy bien, pero todo se viene abajo cuando es evidente que su nombramiento, más que por sus cualidades como diplomática experimentada, es el pago por la fidelidad del expresidente Gaviria, el rey del nepotismo, a la campaña del actual gobierno. Y sigue Viviane Morales, quien representa la antítesis de lo que son los valores del pueblo francés y que si llega a esa posición es para pagarle su apoyo a la campaña presidencial. La lista se está volviendo demasiado larga, Ordóñez en la OEA, Pacho Santos en Washington, Argelino Garzón en un país centroamericano, todos por las mismas razones expuestas.

Una diplomacia enmermelada no solo es una bofetada a la carrera de muchos colombianos que siguen convencidos que con su preparación llegarán a estos cargos, sino que deja la sensación de que se subestima la importancia que representa ser embajador de nuestro país y solo se usa para pagar favores.

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