Casi nadie en Alemania duda de que el próximo domingo la canciller

Merkel logrará por cuarta vez consecutiva que su Unión Democristiana sea la primera fuerza en las elecciones parlamentarias. En una de las campañas más aburridas que recuerdo, quizás el elemento más interesante –y preocupante– es el papel de Alternativa para Alemania (AfD), el partido anti-inmigrantes, anti-euro y anti-establishment.

El martes fui a un mitín en Düren, una ciudad mediana en el extremo oeste del país. La escenografía del evento parecía una sátira. El mitín se celebró en un castillo medieval, Schloss Burgau. Al pasar por el puente del foso, un grupo de contramanifestantes, vigilados por la Policía, increpaba a todo el mundo que entraba al recinto amurallado. Dentro, un público compuesto en el 80% por hombres blancos de mediana edad llenaba una amplia sala llena de blasones de caballeros germánicos. El tono del móvil de uno de los asistentes era una marcha militar.

Hasta aquí el cliché de cómo nos imaginamos el típico ambiente de la ultraderecha en Alemania. Pero los discursos de los cuatro candidatos regionales distaban mucho los acalorados debates de bar. Eran académicos y abogados que hablaban con gran detalle técnico sobre las supuestas violaciones de las leyes de inmigración en Alemania y Europa, y que cargaban contra la política monetaria del Banco Central Europeo. El mensaje era claro: el euro es una estafa para los ahorradores alemanes y los cientos de miles de refugiados de Siria, Iraq o Afganistán nunca debieron haber entrado en el país.

Después de esta primera mesa algo soporífica, llegó el plato fuerte de la tarde en el castillo de Burgau: el discurso de Alice Weidel, una de los dos candidatos principales de AfD para las elecciones federales del domingo. Esta locuaz empresaria de 38 años siguió la línea de sus predecesores en el podio y durante la primera parte de su intervención apenas mostró emoción.

Weidel tiene como pareja a una mujer de origen asiático, lo cual para ella no es incompatible con el discurso homófobo y xenófobo de muchos de sus compañeros de partido. Se abstuvo de proclamas abiertamente racistas, pero hizo algo más peligroso. Habló de un supuesto incremento en la inseguridad ciudadana, que pretendía demostrar con una búsqueda en Google desde su móvil de las palabras clave “pelea” y “hombre con cuchillo”. A renglón seguido, pero sin establecer relación directa, habló de los refugiados. Todo el mundo en el castillo captó la idea, al juzgar por los aplausos.

Weidel es la cara moderna, femenina, joven y más aceptable de AfD. Su compañero de cartel es Alexander Gauland, un conservador histórico de 76 años, que practica un discurso simplón y extremista. Hace unos días exigió que los alemanes dejaran de avergonzarse de la actuación del ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Mucho me temo que esta bicefalia, este “double ticket” de Weidel y Gauland, nos dé una desagradable sorpresa este domingo.

@thiloschafer