Como parte de su natural prepotencia idiosincrática, el pueblo francés nunca ha imaginado existir sin ser o creerse protagonista de la historia mundial. Mitterrand plasmó perfectamente este sentimiento en una oportunidad: “Existe un pacto veinte veces secular entre la grandeza de Francia y la libertad del mundo”. No se quedó ahí, porque enunció también que “cuando Francia encontraba una grande idea, estas hacían juntas la vuelta del mundo”.
A pesar de todo esto, hoy, muchos críticos contemporáneos han querido sostener que Francia no es el Estado que solía ser antes. En los últimos años, esta afirmación ha querido convertirse en tendencia popular, apoyada por el mundo anglosajón mediante el nombre propio de French Bashing, queriendo denigrar, sin fundamentos argumentativos claros, al antagonista y rival histórico galo. Pretendiendo, al fin y al cabo, demostrar que Francia, su economía y su cultura han estado decayendo ante el auge de los Estados Unidos, de las naciones asiáticas y de la protuberancia de los petro-países del Medio Oriente.
Pero todo esto cae al abismo ante la realidad de las cifras y los acontecimientos de los últimos meses.
Primero, porque, aunque es cierto que Francia anda enmarcado en un estancamiento económico europeo desde la crisis del año 2008, sin haber podido desde entonces crecer más allá del 1% PIB, el país sigue siendo la quinta economía mundial, muy por encima de naciones como el Reino Unido, Brasil o India, y con solo 65 millones de habitantes. ¿Cómo lo logra? Teniendo uno de los índices de productividad más alto del mundo con 58 dólares/hora, comparable con el de Estados Unidos, que es de 59 dólares/hora, pero superior al de Alemania, que es de 55 dólares/hora y bien lejos al de 11 dólares/hora de un país como Colombia. Además de estos datos, se ha comprobado que, a través de los economistas Piketty y su libro Capital del Siglo XXI (sorprendente best-seller a nivel mundial que trata sobre desigualdad económica) y Jean Tirole, premio Nobel de Economía 2014, entre otros, la nación sigue estando a la vanguardia de los estudios económicos, con el mérito propio de tener instituciones universitarias mayoritariamente públicas.
Segundo, a pesar que sea irrefutable la pérdida de influencia del francés frente al inglés debido a la hegemonía económica y militar norteamericana, está claro que las letras francesas siguen en la mira tras haber ganado, en menos de 6 años, dos premios Nobel de Literatura gracias a los escritores Le Clézio (2008) y Patrick Modiano (2014). Siendo Francia el país que más ha recibido premios Nobel de Literatura en la historia (15), gusta observar cómo su filología sigue irradiando con su estilo el siglo XXI, más allá de su herencia y reputación adquirida. Hoy la patria gala tiene a una generación de escritores increíblemente talentosos como Ferrari, Houellebecq y Rollin, que merecen lupa de los lectores internacionales.
De esta manera, si bien existen los decadentistas y los adeptos del French Bashing, permanece coleando la nostálgica grandeza francesa que frente a los monótonos ataques pareciese reinventarse persistentemente. Es a partir de esto que Charles de Gaulle sostenía, con su típica arrogancia, que “Francia no puede ser Francia sin su grandeza”.
@QuinteroOlmos