Roberto Prieto era pianista, Orlando Rivera gran bailarín, Gabriel García Márquez cantante y tocador de dulzaina, Germán Vargas le jalaba también al canto, pero el único músico idóneo del emblemático grupo de Barranquilla fue Rafael Escalona, quien se conoció con Gabo el 23 de marzo de 1950.

Lo escribí en mi libro La Cueva, crónica del Grupo de Barranquilla, pero con mucho gusto lo repito:

Escalona había llegado esa vez a Barranquilla con el fin de comprar repuestos de maquinaria para trasladar a Valledupar, pero su motivo ulterior era conocer a García Márquez, el escritor y columnista que, a juicio de su amigo Manuel Zapata Olivella, cantaba al pie de la letra todas sus canciones.

“Está en EL HERALDO”, le había dicho. Y allá lo llamó el compositor.

“No me fue difícil reconocer –dijo Gabo– al otro extremo de la línea, la misma voz discreta, mesurada, que tantas noches de buena fiesta he admirado en la letra y en la música de El Trajecito, El Cazador, El Bachiller y en otras canciones nuestras incorporadas al patrimonio popular”.

Pero cuando lo citó y lo encontró en el Café Roma, fue Gabito quien tarareó El Hambre del Liceo, una canción de Escalona que el escritor cataquero identificaba con sus penurias de Zipaquirá.

Pocas horas después, Escalona le hablaba de su gente y de aquella novia inolvidable a quien una tarde le pidió, con palabras de música, que se pusiera el mismo traje, ese que tiene flores pintadas, dos mariposas y un pajarito...

Cosas como las que Escalona cantaba, eran las que Gabo quería escribir. “Creo que más que cualquier libro –reflexiona García Márquez– lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos. Me llamaba la atención, sobre todo, la forma como ellos contaban, como se relataba un hecho, una historia”.

Los dos amigos se siguieron viendo, cada vez que Escalona venía a Barranquilla, en el mismo lugar, y fue así como el compositor se volvió miembro esporádico del grupo al que pertenecía el escritor de Aracataca. “A veces aparecía Escalona –contó Germán Vargas– y nos íbamos al Café Roma, y era él quien nos cantaba en tono muy bajo las últimas canciones que había compuesto y Gabito se las aprendía enseguida”.

Alfonso Fuenmayor, que solía describir a Rafael Escalona como el más vanidoso de los hombres, sostuvo que el compositor había creado sin duda una música perdurable, en la que alentaba el alma de su pueblo.

“A Escalona –comentó Fuenmayor– le gustaba oír cantar a Gabito, con su cara de cantante mexicano”.

De diciembre de 1952 a marzo del 53, Gabito estuvo vendiendo enciclopedias y libros de medicina por la provincia de Valledupar, donde vivió una larga temporada con Escalona, Nereo y Manuel Zapata Olivella. El escritor aprovechó para tomar notas que le ayudarían en la escritura de sus libros. “Estudiábamos a fondo el vallenato. Escalona me ayudó mucho. Yo asistí al parto de muchos de sus cantos. Componía seguido. Uno detrás de otro”. (Continuará).