Históricamente, la Región Caribe colombiana ha sido fuente de inspiración de las principales manifestaciones culturales de nuestro país, y en ella Barranquilla ocupa un sitial privilegiado. La ciudad ha sido nido prolífico a través del tiempo de muchas de las expresiones dancísticas y musicales por las cuales hoy nos reconoce el mundo.

A partir de 1870, al iniciarse el periodo más fecundo del desarrollo económico y social de Barranquilla y ser la puerta de entrada de la modernidad e industrialización del país, se nos validó como el motor central del crecimiento económico de Colombia, y la ciudad con mayores oportunidades comerciales e industriales. Por esto, se da una gran oleada migratoria de extranjeros y connacionales caribeños que llevó a la ciudad de una población de 11.598 habitantes en 1870 a 40.111 en 1905. Este crecimiento exponencial a través de la migración permitió la llegada a Barranquilla de innumerables expresiones culturales que se entrelazaron en un sincretismo cultural.

En medio de esa efervescencia cultural, se consolida el carnaval como fiesta popular y expresión auténtica de un pueblo extrovertido proveniente de poblaciones de todo el Gran Caribe, la ribera del río Magdalena y la Depresión Momposina.

Esa Barranquilla de gran riqueza cultural continúa su engrandecimiento y a mediados del siglo XX es sede del Grupo Barranquilla, liderado por Cepeda Samudio, García Márquez y Obregón. En 1946, cuando la ciudad llega al culmen de su crecimiento económico y ebullición cultural, asume la responsabilidad de organizar los V Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se desarrollaron con total éxito en medio del gozo de su gran riqueza cultural. Hoy, más de siete décadas después, volvemos a ser sede de dichos juegos en su versión XXIII y, como feliz coincidencia, Barranquilla vive unos momentos de crecimiento y desarrollo, en los cuales toda Colombia nos vuelve a reconocer como ciudad pujante y de gran liderazgo en la transformación productiva nacional.

Pero a diferencia de entonces, hoy el mundo cultural de nuestra ciudad vive uno de sus momentos más críticos: permanecen cerradas las puertas del Teatro Amira de la Rosa, otrora ícono cultural de la ciudad, igualmente las del Museo Romántico, del Parque Cultural del Caribe y las instalaciones de la Facultad de Bellas Artes y el Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico. También están paralizadas las obras del nuevo Museo de Arte Moderno.

Son indiscutibles las bondades que traerá la inversión de más de 10 billones de pesos en infraestructura, como la renovación y construcción de escenarios deportivos, la canalización de arroyos, la apertura del Malecón del Río, entre otros, con miras a la gran fiesta deportiva del mes de julio. Pero se hace necesario dedicar recursos que permitan la recuperación de los bienes culturales hoy en abandono, ya que la cultura no puede vivir de la mendicidad, por ser una responsabilidad del Estado y la sociedad.

Qué penoso sería que los miles de turistas y deportistas que nos visiten en el marco de los juegos, con el deseo de vivir en su plenitud la fiesta deportiva y la riqueza cultural de nuestra ciudad, no lo puedan hacer al carecer de los espacios culturales por estar cayéndose o cerrados.

Está en manos de nuestras autoridades distritales, departamentales y nacionales que no solo seamos la sede de los juegos, sino la capital deportiva y cultural de Colombia, como antaño se dio.