El domingo pasado, Ángela Merkel celebró su cuarta victoria en las elecciones parlamentarias de Alemania, algo que le permite igualar los 16 años en el poder de su mentor político Helmut Kohl. El suyo, sin embargo, es un triunfo bastante amargo. Los dos grandes partidos, la Unión Democristiana (CDU) de la canciller y el Partido Socialdemócrata (SPD), que han gobernado juntos los últimos cuatro años en “gran coalición”, sufrieron un batacazo, perdiendo 14 puntos porcentuales (especialmente la CDU). Juntos sumaron poco más de la mitad de los votos (33% la CDU, 20,5% el SPD), lo que ha abierto hueco en el parlamento a otros cuatro partidos, el mayor de los cuales es Alternativa para Alemania (AfD), con casi el 13%. Es la primera vez desde los 60 que la ultraderecha está presente en el Bundestag, y muchos analistas culpan a Merkel de la radicalización de parte del electorado.

A la canciller le espera ahora una negociación muy complicada para formar nuevo gobierno. De momento, el SPD ha rechazado tajantemente volver a prestarse como socio junior de los conservadores. Hace bien, porque una reedición de la gran coalición probablemente causaría aún más hartazgo en la sociedad. Además, los socialdemócratas asumirán así el liderazgo de la oposición que, de otro modo, recaería en la ultraderecha de AfD, con toda la carga simbólica que esto conlleva. La negativa del SPD, sin embargo, solo permite una combinación políticamente viable para formar gobierno: CDU + liberales del FDP +Verdes. Nunca antes hubo semejante ejecutivo tricolor a nivel federal, aunque sí ha existido en gobiernos regionales, como el de Schleswig Holstein. Pero las diferencias ideológicas y programáticas entre los tres son enormes, sobre todo teniendo en cuenta que los democristianos de Merkel cuentan además con un socio en Baviera, la CSU, que se sitúa bastante más a la derecha. Esto complica el entendimiento especialmente en temas como los refugiados o la reforma de la Unión Europea hacia una mayor cooperación en materia fiscal, pero también en política económica y medio ambiente. Merkel debe mostrar, pues, lo mejor de su probado talante de mediadora. A diferencia de otros países, los partidos alemanes han demostrado la capacidad de llegar a pactos asumiendo compromisos que consiguen comunicar a sus votantes.

En cualquiera de los casos, un gobierno tricolor –bautizado como “Jamaica” por los colores de CDU (negro), FDP (amarillo) y verdes– sería menos estable que la gran coalición, lo que debilitará la posición de Merkel en Europa, especialmente frente al nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, que goza de una amplia mayoría de su partido en el Parlamento. En Alemania no se descarta, incluso, la posibilidad de convocar nuevas elecciones si fracasa la formación de gobierno, algo que nunca ha pasado desde la creación de la República Federal. Sería el peor escenario, porque posiblemente abriría la puerta a una ultraderecha todavía más fuerte.

@thiloschafer