Día a día los episodios relacionados con comentarios inconvenientes en medios de comunicación y redes sociales topan la agenda local. Un coqueteo inadecuado de Teófilo Gutiérrez, un buen jugador de fútbol, y por lo visto, desleal compañero de trabajo de Roberto Ovelar, encendió una hoguera cuyo toque final fue el desafortunado comentario al aire del popular locutor Abel González Chávez. Así, entre otras cosas, el chisme sobre insinuantes mensajes en Facebook terminó dando lugar a especulaciones de cómo y por qué Junior perdió dos campeonatos que estaban a boca de jarro. Toda una suerte de conjeturas tropicales. Y luego la “sesuda” anotación justificando al primitivo seductor que por lo visto es Teo. Un Caín de los nuevos tiempos.

González Chávez, a quien solo lo llaman así por razones formales y legales, y cuyo nombre de pila, Abel, es una marca de reconocimiento popular en esquinas, estadios y taxis, es un hombre de radio al que se le atribuyen célebres y exitosas frases publicitarias como “Aerocóndor, su hogar en el aire”, y la creación de un programa radial realizado con nuevas tecnologías desde hace años, cuando de estas poco se hablaba, y menos se aplicaban.

La alusión de Abel sobre el hecho, que es considerado una pretendida traición de Teo contra su hermano de equipo –al coquetearle a la esposa de este– parece un comentario típico masculino de hace 50 años. Argumentar que una mujer en fotos sexys, atrevidas o “mostronas”, como se dice ahora, está “buscando lo que no se le ha perdido”, es una desfachatez.

En los medios hay gran avance en la implementación de nuevas tecnologías, pero también se nota un evidente atraso en la evolución periodística, en los conceptos y en el lenguaje. Pero a estas alturas del partido no creemos que Abel sea un misógino profesional. Es decir de carnet, justificación, objetivos, keywords, visión y misión. No llega allá.

Los periodistas y quienes acceden como actores activos en los medios de comunicación tenemos la libertad de expresar nuestras opiniones, como reza el artículo 20 de la Constitución. “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación. Estos son libres y tienen responsabilidad social…”.

Pero esas opiniones no deben inmiscuirse en la vida íntima de la gente, inclusive bajo el dudoso argumento de que los personajes públicos no tienen vida privada. Menos aún, cuando los comentarios insinúan la justificación de la tonta y errada pretensión de un fallido flirt. Los hombres –y mujeres– públicos –¿y públicas?– no tienen vida privada cuando sus acciones afectan el bien común, por lo demás se trata del amarillismo de programas y revistas para alimentar espacios elementales con insumos estériles de quién se acuesta con quién.

Increíble, volvemos al Génesis: Adán, Eva, la serpiente, la manzana, Caín y Abel.

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