La evolución vertiginosa de la crisis provocada por el coronavirus nos ha cogido por sorpresa a la mayoría en los países europeos. Admito -y ahí está mi columna de hace dos semanas titulada “Combatir corona y el otro virus letal”- haber subestimado el alcance que podía adquirir esta epidemia que desde ayer es oficialmente una pandemia, según la Organización Mundial de la Salud. Hemos vivido otros brotes de virus desconocidos, como la gripe aviar, que no llegaron a causar mayores daños en Europa y al principio, todo parecía tan lejos, ahí en Wuhan, en la China profunda. Incluso los primeros casos de infección en nuestro continente no me parecieron tan alarmantes como para temer disrupciones mayores de la vida cotidiana.

Pero aquí estamos. Desde el principio de la semana, gran parte de Europa vive una situación extrema. Para empezar Italia, el país europeo que lleva más tiempo con medidas extraordinarias desde el inicio del brote en el norte. Ahora todo el país, 60 millones de habitantes, está confinado en casa: una especie de estado de sitio de facto. Mientras, en Alemania, España, Francia y otros países se han suspendido ya clases en muchos colegios, se han cancelado los vuelos con Italia -fuente de la mayor parte de los contagios- y se han prohibido eventos de más de 1.000 espectadores, como conciertos o partidos de fútbol profesional. Varios partidos de la Champions League han sido suspendidos e incluso se baraja ya aplazar los Juegos Olímpicos de Tokio este verano.

No nos queda otra que confiar en el criterio de los expertos de sanidad que recomiendan estas medidas que prácticamente paralizan la vida pública y suponen un auténtico desastre económico, sobre todo para el sector de restauración y viajes. Es importante frenar la expansión del virus, a pesar de que no resulte demasiado peligroso para la mayoría, con una tasa de mortalidad del 2 %. De otra forma, la avalancha de contagiados puede colapsar los hospitales en detrimento también de otros enfermos.

Debido a las medidas de emergencia, mucha gente está probando la experiencia de trabajar desde casa y también las empresas analizan las posibilidades y limitaciones del teletrabajo. Otra lección se da en el plano comunicativo. Como siempre en estos casos, es muy importante evitar que cunda el pánico. Ante las noticias de la propagación del coronavirus mucha gente en Alemania y España vaciaron los supermercados para estar preparados para un confinamiento largo en sus casas. No era necesario. En mi barrio de Madrid las tiendas siguen bien abastecidas.

Es la primera pandemia importante que se produce en la era de las redes sociales. El peligro de las “fake news” no se ha hecho esperar y contribuye a la histeria. En Madrid tuvieron que desmentir el rumor de que se cerraría la ciudad entera por el número -casi mil- de casos de infectados. Todo esto nos demuestra la vulnerabilidad de una sociedad globalizada e interconectada. La crisis del coronavirus puede servir como un ensayo para próximas pandemias, quizás más peligrosas.

@thiloschafer