La historia se encuentra en un texto antiguo llamado el Romance de Alejandro que en su original estuvo escrito en griego y puede datar del siglo III. Sin embargo, este relato conoció numerosas ampliaciones y revisiones durante la antigüedad y la Edad Media. En él se cuenta como Alejandro Magno y sus hombres se internaron en un bosque denso en donde encontraron hermosas doncellas sentadas al pie de cada árbol. El bosque les proveía por la noche lo que ellas deseaban en la mañana. Cuando el invierno llegaba las cautivadoras mujeres desaparecían en el suelo para renacer en la primavera siguiente en forma de flores blancas. Las flores mantenían su apariencia humana y sus pétalos tomaban la forma de glamorosos vestidos femeninos. Aunque Alejandro Magno quiso llevar consigo a una de las doncellas esta le advirtió que no podían abandonar la sombra de los árboles ni dejar el bosque que les servía de refugio pues perderían su vida.

Este relato lleva a preguntarnos por las fronteras ontológicas que levantamos entre los humanos y los no humanos. La naturaleza es vista usualmente como un extenso jardín intocado en dónde crecen espontáneamente las plantas sin la intervención humana. Una idea asociada con la condición virginal de las doncellas del mencionado Romance de Alejandro. Asociamos a las flores con la seducción y el deseo. De esto nos habla la escritora norteamericana Peggy McCracken en un refrescante ensayo sobre lo floral y lo humano. Ella nos cuenta como, luego de la caída de Roma, el conocimiento y la práctica de cultivar flores decayó en Europa y solo hasta el siglo XII, en parte por el contacto con el Oriente que las valoraba, las flores volvieron a recuperar su valor.

Entre los libros breves más maravillosos de la humanidad podemos señalar el de Maurice Materlinck, La inteligencia de las flores, publicado en 1907. El autor afirma que, en ese mundo vegetal que vemos tan resignado y en donde todo parece silencio, aceptación y obediencia, es justamente en donde se desarrolla una rebelión vehemente y obstinada contra su destino. Las plantas están obligadas a luchar contra la inmovilidad a la que están condenadas desde su nacimiento. Maeterlinck destacó la intencionalidad de las plantas de florecer y fructificar y reconoció la fluida interrelación de los vegetales con otros seres vivientes como los insectos.

En su libro La botánica del deseo Michael Pollan plantea que percibimos a las especies animales y vegetales domesticadas como el resultado de una inteligente intervención humana. No obstante, ello puede ser visto de forma inversa si adoptamos la perspectiva de las especies domesticadas. Los tulipanes han manipulado a los humanos para seleccionar sus mejores ejemplares a través del ideal de la belleza. Según Pollan, hemos pasado los últimos miles de años rehaciendo estas especies a través de la selección artificial, transformando una flor silvestre corta y sin pretensiones en un tulipán alto y deslumbrante. Lo que es mucho menos obvio es que, al mismo tiempo, estas plantas tienen también el propósito de transformarnos, domesticarnos y ponernos a su servicio.

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