En buena hora la Universidad del Norte ha incluido en su colección Roble Amarillo la novela Un asilo en la Goajira, de la escritora Priscila Herrera de Núñez, que fue publicada en Bogotá en diciembre de 1879. Esta obra literaria ha sido considerada pionera en distintos sentidos. Es una novela que hace una contribución temprana a la tradición narrativa del Caribe colombiano; es quizás la primera obra que aborda desde la perspectiva y sensibilidad femenina el drama de la violencia y las rivalidades entre provincias en un país caracterizado por vigorosas identidades regionales. La obra tiene un evidente valor etnográfico al desenvolverse en una península habitada por un pueblo indígena autónomo que se regía abiertamente por normas sociales y políticas muy diferentes a las establecidas en la república de Colombia.
Deberíamos conocer más sobre esta original escritora. Sabemos que nació en Riohacha y que estuvo casada con un hermano de Rafael Núñez. Autores como Esperanza Vergara Madera nos informan que es reconocida por la traducción al español de la novela Luisa Mornard (1873) de la francesa Leonie Meunier y que empleaba el seudónimo de Paulina para firmar sus escritos y como tal era reconocida en el ámbito literario de su época.
La obra Un asilo en la Goajira tiene como marco histórico la guerra civil de 1867, cuando se produjo el golpe de mano a Tomás Cipriano de Mosquera por parte del liberalismo radical. Sin embargo, los bandos que se enfrentan en esa narración más que miembros de los partidos tradicionales son los de quienes representan a dos antiguas rivales: las ciudades de Santa Marta y Riohacha. Desde su surgimiento en la primera mitad del siglo XVI, Riohacha procuró dotarse de un gobierno autónomo frente a las pretensiones de Santa Marta de incorporarla a su jurisdicción. La historia es narrada desde la perspectiva de los vencidos. La de los riohacheros que no aceptaban el yugo impuesto por los samarios.
La novela de Priscila Herrera nos permite examinar la idea de Colombia desde las fronteras. Una nación que hoy solemos ver como el resultado de un proceso natural e inevitable, pero que debemos entender como una formación discursiva, determinada históricamente y cuya consolidación no ha sido uniforme en el tiempo ni en su extenso territorio, y no lo es hoy. El proyecto de Colombia dejó al margen otros proyectos de nación, otras visiones de futuro que podrían haber sido posibles, pero que fueron a parar al cementerio de las naciones desde donde pueden persistir como fantasmas perturbadores o como reservas de la imaginación de una sociedad.
Leer a Priscila Herrera nos recuerda que los procesos políticos y jurídicos hacen posible el surgimiento del Estado y este se impone la tarea de construir la nación. Esta es una respuesta a la necesidad de disponer de una identidad construida a la sombra del poder político que exige la modernidad. Sin embargo, son la literatura, la historia y las artes las que nos permiten comprender cuan problemático y dispar ha sido ese proceso en el territorio y el tiempo.
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