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Diego Simeone regresó al pasado, recuperó su espíritu más defensivo y transformó a su Atlético de Madrid en un rival menor, sin ataque ni contraataque, sin más que un plan conformista, conservador e insuficiente, castigado por la chilena de Olivier Giroud que premió al Chelsea y demostró que jugar al 0-0 no garantiza el empate, menos en el rigor de la Liga de Campeones, ahora pendiente para él de una victoria en la vuelta en Londres.

Es una competición que no espera a nadie. No admite matices. Necesita ambición. Si alguien la quiere, tiene que ir a ganarla. El Atlético aún tiene vida, pero menos que antes del inicio del duelo trasladado a Bucarest por las restricciones de la pandemia de la covid-19, pero sobre todo ya no tiene excusa: debe ganar en Londres.

Esa premisa tan natural, tan ligada a la mentalidad ganadora que le ha dado Simeone, no lo fue tanto este martes. Si el técnico argentino salió a vencer su partido lo hizo en su manera más peculiar y más defensiva, más habitual en el pasado que en esta temporada, cuando el paso adelante generó tantos o más resultados.

Indudablemente, la fórmula defensiva ha dado réditos en muchas ocasiones, pero en otras tantas no. Y las veces que no lo dio se concentran muchas en la Liga de Campeones. Por ejemplo en Turín, hace dos años, en esta misma ronda de los octavos de final. O antes varias contra el Real Madrid, en sus visitas al Santiago Bernabéu.

Bucarest y el Chelsea son dos nombres que devuelven al Atlético de Simeone al origen. A aquella Liga Europa de 2012 que ganó en el estadio Nacional y a aquella Supercopa de Europa con la que apabulló al conjunto londinense en Mónaco. Era 2012. Son dos momentos imborrables. Pero son pasado. Sólo una parte -crucial- del relato.

La ambición del Atlético debe ir muchísimo más allá. No es aquel equipo que nada más iniciaba un recorrido impensable hacia su presente y que ni siquiera intuía, probablemente, que iba a alcanzar todo lo que ha alcanzado. Y, ni mucho menos, que iba a ser aspirante, con alguna presunción de favorito, cada vez que rebusca la deseada Liga de Campeones, hasta ahora un amor imposible.

Por eso, el Atlético fue más que decepcionante este martes. Su propio temor lo hizo menor a un adversario que, desde ninguna perspectiva desde la que se mire, es mejor que el conjunto rojiblanco sobre el papel. Quizá en presupuesto, o ya ni eso. Sí lo fue sobre el terreno de juego, porque sí fue a por el encuentro.