Rodrigo de Paul ya es un líder en el Atlético de Madrid, iluminado y relanzado por el fútbol, la personalidad y la ambición del internacional argentino, sobre el que construyó una victoria incontestable contra el Real Betis (3-0), derrotado por los goles de Yannick Carrasco, Joao Félix y en propia puerta de Pezzella, superado de principio a fin y sin más respuesta que Claudio Bravo frente a la determinación del equipo rojiblanco.
Una reacción esperada y concluyente del bloque de Diego Simeone, que vivió el partido sancionado, desde el palco con la misma tensión -o más- que en el banquillo, consciente de la transcendencia de un partido del que se adueñó De Paul, aclamado cuando fue sustituido al borde del final, y que refuerza al Atlético, contundente en su respuesta ante los triunfos esta jornada de Real Madrid y Sevilla, en la misma medida que frena al Betis, rota su racha de tres triunfos consecutivos.
En el pasado, durante años y años, el Atlético añoró un centrocampista prototipo. Un futbolista capaz de cambiar el ritmo con un giro, con una zancada, con un regate, con un cambio de juego, con un movimiento... Ya lo tiene: Rodrigo de Paul. Superado el indispensable tramo de adaptación, su fútbol hace mejor al Atlético. Sin duda. Lo necesitaba, por mucho que la pasada Liga fuera el campeón, para lanzar aún más sus recursos y soluciones, para demostrar aún más esplendor.
No se había visto aún la dimensión del internacional argentino en el Atlético. Al menos, no toda. Algún detalle, unos cuantos pases, alguna asistencia, su indudable clase para jugar y, sobre todo, para que jueguen los demás... Pero no con la constancia con la que desplegó todas sus cualidades contra el Betis, cuyos centrocampistas sintieron que había más de un De Paul sobre el césped.
Porque apareció en casi todos los lados, en defensa y en ataque, porque entendió como nadie qué espacio ocupar en cada momento, cuando debía recuperar, cuando un compañero necesitó una cobertura o por dónde tenía que proponer la salida o la transición hacia aventuras más ofensivas, pero también porque su ambición, su desborde, su pase, su conducción y su precisión desbordaron a su adversario.
Él fue el líder original -luego se sumaron más- del estupendo primer tiempo del Atlético, que superó la presión del Betis y que, aún sin Joao Félix -suplente, quizá mirando a Liverpool- contó una cantidad de ocasiones inusual en esta temporada: un cabezazo de Giménez, un remate de Griezmann, una rosca de Correa, dos disparos de De Paul, otra parada de Claudio Bravo al atacante francés, combinaciones rápidas... Y el golazo de Carrasco, en el minuto 26, reivindicado con su mejor destreza, con ese regate y ese chut fulminante con el que anotó el 1-0.
El extremo belga encaró a Martín Montoya, al que rebasó con un recorte con la derecha para lanzar un zurdazo esquinado, potente, para batir a Claudio Bravo, para determinar en el marcador lo que había determinado el juego de forma indudable, incluso de forma mucho más amplía del 1-0 al intermedio, y para transmitirle al Betis con total nitidez que necesitaba más tensión, más intensidad y más atrevimiento para esquivar la derrota en el Wanda Metropolitano, que entonces era hasta corta.
Porque el Betis amenazó 45 segundos. Lanzado por tres triunfos consecutivos en el campeonato -o cinco en las últimas seis citas- se quedó en un grupo insustancial todo el primer acto y casi todo el partido, en cuanto William Carvalho probó a Jan Oblak antes del primer minuto con un tiro desde fuera del área. Salvo Rodri, que transmitió tanto arrojo como calidad en cada contacto con la pelota, aunque luego fue cambiado al descanso, nadie de verdiblanco expresó apenas nada, aplacado primero y rebasado después por el Atlético, hasta el descanso y más allá.
Aunque la reacción de Pellegrini al intermedio, el cambio de los dos extremos (se fueron Rodri y Juanmi, entraron Tello y Aitor Ruibal), también fue la breve reacción del Betis, que pareció diez minutos otro, reaparecido en el área con una volea de Carvalho, mucho más presente en campo contrario, a punto de lograr el 1-1 en un testarazo de Willian José, el encuentro siempre transmitió que era sí o sí del Atlético.
Por ocasiones, por fútbol, por ambición y por convicción, porque el VAR invalidó el 2-0 de Hermoso cuando la segunda parte daba sus primeros pasos, porque Luis Suárez remató fuera, porque Savic no acertó a cabecear un testarazo que fue a las manos de Claudio Bravo, porque el portero chileno privó a Luis Suárez del gol...
Y porque, entre tanta insistencia, Pezzella se marcó el 2-0 en propia puerta que, de otra manera, sin su intervención, una especie de escorzo con el cuello, probablemente habría tenido el mismo destino porque Gimenez aguardaba solo para embocar con la testa el gol. Aún quedaba media hora, un chaparrón de agua y un viaje sin sobresaltos hacia una victoria notable del Atlético, agrandada con el 3-0 de Joao Félix, que se sumó a la fiesta de De Paul con su primer gol de este curso.