En un rincón de su lujosa residencia en Wollerau, en el cantón suizo de Schwyz, Roger Federer contempló, días atrás, la irrupción de Carlos Alcaraz hacia la cima del tenis mundial, ese lugar que hizo suyo durante 310 semanas y que tan lejos ve ahora, cuando aún termina de asimilar el adiós definitivo de las pistas y que ha tenido que anunciar.
Lleva un tiempo sin atravesar la puerta de los clubes y pisar un vestuario, de intercambiar golpes en una cancha en el tour profesional el suizo de 41 años que ha optado por emitir un comunicado para anunciar a sus millones de seguidores y a la opinión pública que su carrera tiene ya fecha de caducidad.
Será después de la Copa Laver, la semana próxima en Londres, cuando irrumpa ante el público por última vez. Había dejado entrever que su despedida sería más adelante, en Basilea, el torneo de su ciudad. Pero será antes. Se echa a un lado en el circuito, en los Grand Slam. Aunque la raqueta siempre irá con él.
Federer, que nunca tuvo que dejar un partido a medias por una lesión, pone fin a su recorrido incapaz de salir adelante de la dolencia en la rodilla derecha que le ha lastrado en los tiempos recientes. Tres operaciones, largos procesos de rehabilitación y el deterioro natural del estado físico por el paso del tiempo han terminado por desgastar el espíritu competitivo del helvético de los veinte Grand Slam, 103 títulos, 1.251 victorias...