Era impensable imaginar que desde que Francia se coronó campeón en el estadio olímpico Luzhniki de Moscú en la tarde del 15 de julio del 2018 el mundo iba a quedar tan perturbado mientras transitaba por la cuenta atrás hacia noviembre del 2022, cuando la fiesta del fútbol realizaba su trasvase natural hasta un nuevo Mundial, Qatar 2022.
A lo largo de esta travesía de casi cuatro años y medio, una pandemia zarandeó a la humanidad y una invasión, a Ucrania, inquieta aún a la sociedad, sometida a sus efectos económicos, sanitarios y colectivos.
Con cierta normalidad médica ya irrumpe en el deporte la vigésima segunda edición de la Copa del Mundo que ha dejado al margen del torneo a los causantes del conflicto bélico todavía vivo. A Rusia y Bielorrusia, apartados de la fase de clasificación en cuanto se alzaron en armas.
Adaptados a la situación procura la sociedad mantener la naturalidad, recuperar la serenidad y adaptarse al nuevo orden.
Y así llega el Mundial que echará a andar el próximo domingo 20 de noviembre en el estadio Al Bayt de Jor entre el equipo local y Ecuador, sin el rigor sanitario de antaño. Sin especiales requisitos para entrar en el país y, sobre todo, con el fútbol ya instalado en lo ordinario. Público en las gradas de los estadios. Aficionados en las ciudades. Color en el país. Y sin cambios en el calendario.
Asoma Qatar 2022 con su particular fisonomía. Atípico. El primero de la historia en Oriente Próximo y el primero en otoño. En pleno curso competitivo de los clubes. Nada que ver con lo anterior.
Las ligas nacionales, sobre todo las europeas, proceden a un cierre temporal mientras se dispute el Mundial en la península arábiga; algo hasta ahora insospechado.
Con el paso cambiado respecto al desarrollo tradicional, inician la carrera por el éxito 32 selecciones nacionales, debilitadas en muchos casos por las ausencias por lesión de jugadores. Secuelas de la exigencia de sus clubes metidos de lleno en los torneos locales que han alternado con los eventos continentales. Partidos cada tres días para cumplir con la exigencia de un calendario adaptado al Mundial.
A lo largo de casi un mes, repartidos en ocho estadios en cinco ciudades diferentes -Doha, Al Wakrah, Jor, Lusail y Rayán- los integrantes del cartel del torneo aspiran a progresar en una competición que tiene su punto de partida en la fase de grupos, con ocho de cuatro equipos que pujarán por alguno de los dos primeros puestos para acceder a las semifinales.
Será la de Qatar la última edición con treinta y dos participantes porque la FIFA ya tiene decidido que en la siguiente, en Canadá, Estados Unidos y México 2026 el número de selecciones crezca hasta los cuarenta y ocho.
Por primera vez en la historia la competición se disputa en otoño. Entre el 20 de noviembre y el 18 de diciembre, cuando se jugará la final, en lugar de en la proximidad del verano, con las temporadas concluidas. Pero las altas temperaturas estivales en junio y julio en la zona, próximas a los 50 grados, propiciaron el cambio de estación para esta ocasión.
En Catar estarán trece selecciones europeas (Alemania, Bélgica, Croacia, Dinamarca, España, Francia, Gales, Inglaterra, Países Bajos, Polonia, Portugal, Serbia y Suiza), cuatro de la Conmebol (Argentina, Brasil, Ecuador y Uruguay), cinco, además del anfitrión, Catar, de la Conferencia Asiática (Arabia Saudita, Australia, Corea del Sur, Irán y Japón), cinco de África (Camerún, Ghana, Marruecos, Senegal y Túnez), cuatro de la Concacaf (Canadá, México, Estados Unidos y Costa Rica) y uno de Oceanía (Nueva Zelanda).
SIETE DE OCHO CAMPEONES Y UN DEBUTANTE
Casi todas las grandes selecciones tienen plaza en Catar. Hasta el momento, la historia del Campeonato del Mundo ha tenido vencedoras habituales. No está dentro de lo corriente que nuevos equipos nacionales implanten su dominio, superen a los históricos equipos que desde el principio han implantado su ley. La última fue España, que en el 2010 imprimió su nombre en el historial, por primera vez. Hasta el partido de Johannesburgo, era frecuente que el vencedor ya lo hubiera sido.
De hecho, entre los ocho países que han levantado la Copa a través de las veintiún ediciones precedentes, solo el equipo español e Inglaterra, que se proclamó vencedor en 1966, como anfitrión, se han coronado solo una vez.
Las otras seis han repetido. Brasil, la más laureada, tiene cinco, Alemania e Italia, cuatro; Argentina, Francia y Uruguay, dos cada una.
No todas las campeonas estarán en Catar. Italia faltará a la cita. La vencedora de la última Eurocopa se quedó fuera. Fue eliminada en la repesca ante Macedonia. Es el conjunto transalpino el gran ausente de una competición en la que el único debutante será el equipo local. Hasta ahora, nunca Catar ha formado parte del cartel de una fase final mundialista.
MESSI Y LA HEGEMONÍA EUROPEA
Las fases finales de los Campeonatos del Mundo se han convertido en un mano a mano entre Europa y América. Ambas pujan cada edición por trasladar a su zona un dominio que últimamente ha sido habitual en el Viejo Continente.
La tradición deja al margen de la puja a componentes de otras confederaciones, donde las ligas son menos competitivas, los equipos más débiles y sus estrellas emigrantes a países en los que el fútbol agigantan su relevancia y las recompensas, especialmente económicas.
Es Brasil el rey de la competición con cinco Copas levantadas. Pero su peso no basta para que Sudamérica implante la hegemonía. De hecho, de las veintiún ediciones anteriores, las selecciones europeas han conseguido doce trofeos y las americanas nueve. Tres menos.
El Viejo Continente ha acelerado en las últimas fases finales. El último campeón americano fue Brasil en el Mundial de Corea y Japón 2002. Es su único éxito en el siglo XXI. Desde entonces, todo han sido triunfos europeos. Italia venció en el 2006, España en Sudáfrica 2010, Alemania en Brasil 2014 y Francia en la última, en Rusia 2018.
Acude Brasil a Catar con la vitola de gran favorita. Con una estupenda generación de futbolistas plagada del talento intrínseco de su naturaleza que se aúna con la experiencia de líderes como Neymar.
Pero ‘la Canarinha’ está amenazada. Una nueva coronación de Alemania pondría fin al absolutismo de Brasil. Compartiría honores el combinado germano que no levanta la Copa desde que venció en la final de Río de Janeiro, en el 2014 a Argentina. Su cuarto trofeo.
Para Argentina el Mundial es una cuestión de estado. Por recuperar el dominio sudamericano pero sobre todo por terminar de dar sentido a la leyenda trazada por Leo Messi. El país con el mejor jugador del mundo y uno de los mejores de la historia está sin Mundial. Lo tuvo Diego Armando Maradona, en 1986, con el que lidia en una comparación interminable. También Pelé, y Ronaldo Nazario, y Frank Bekenbauer.
Lo tuvo cerca Messi en el 2014 cuando perdió la final con Alemania. No le bastó la elección como el mejor jugador del torneo al rosarino que padeció una nueva decepción con su selección, con la que se le negaba el éxito hasta que triunfó en la última Copa América.
En el tramo final de su carrera barrunta el jugador del París Saint Germain, con 34 años ya, que puede que no haya otra oportunidad. Que es su gran ocasión.
Es Brasil el único que ha estado presente en todas las fases finales, desde Uruguay en 1930 hasta Rusia 2018 y Alemania la que más finales ha disputado. A pesar de haber estado ausente en dos ediciones, en Uruguay y Brasil 1950, ha llegado a jugar ocho, aunque solo ganó la mitad.
Ambas tienen plaza reservada en Catar, en plena cuenta atrás para su puesta en marcha. El primero en un país árabe, la más corta desde 1978, con veintinueve días de competición y la única hasta ahora en el tramo final de un año.