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Una individualidad de Pedri, con una conducción en el minuto 22 que dinamitó la estructura defensiva del Atlético de Madrid y fue transformada en el gol decisivo por Ousmane Démbélé, marcó la diferencia en el Metropolitano a favor del Barcelona, con una victoria salvada en los instantes finales por Araujo y que lo destaca en el liderato, tres puntos por encima del Real Madrid, segundo, mientras se libra del equipo rojiblanco; un rival menos en sus aspiraciones de ganar LaLiga.

Derrotado el sábado su inmediato perseguidor, el conjunto azulgrana aprovechó la ocasión en un partido de los marcados en rojo, cuya exigencia rebasa otros desafíos, por el escenario, por la presunción del rival, por la competitividad que requirió del Barcelona, cuyo encuentro no será recordado por la calidad, ni por un fútbol brillante, ni por una cantidad de ocasiones, pero sí porque ganó en el Metropolitano. Jugó con el crono cuando debió hacerlo, cuando más le interesaba, para tener el triunfo.

Y reafirmó, por encima de todo, su primera posición de la tabla.

Ya no está en el foco, por ejemplo, del Atlético, a 14 puntos. Y fuera, incluso, de las plazas de la Liga de Campeones. No le alcanzó con la reacción con la que respondió al 0-1 en contra, ni con las ocasiones que dispuso en el tramo entre el gol en su portería y el descanso, cuando de verdad se creyó que sí podía ganar al Barça. Antes no lo visualizó.

No es el Barcelona de otros tiempos incontestables. Ni siquiera se acerca. Pero su liderato es una condición que impone. Aún sin Messi, tan determinante siempre en el pasado, aún sin Robert Lewandowski, fuera de acción por la sanción de tres encuentros, la precaución, el respeto, realmente el temor, subyace en Simeone cada vez que lo enfrenta con su Atlético.

Tan latente casi siempre, tan evidente en la puesta en escena, por más que pueda ocultarlo la coartada de las individualidades que posee el conjunto azulgrana, el Atlético fue víctima de su miedo en el principio del encuentro, tan obcecado en impedir más que en proponer, con el cortocircuito que provocó la libertad de Pedri, indetectable para el plan rojiblanco.

En el vaivén al que se apuntó entonces él mismo con un adversario de la envergadura, el estilo y la precisión del Barcelona, el Atlético llegó tarde, a destiempo, superado en todo en el primer tramo por el equipo de Xavi, sin alardes, con la circulación de balón y con todo el terreno que le entregó o ganó al bloque local, que se expuso al daño que sufrió ya rebasado el minuto 21 del partido. Tan perceptible que a nadie le extrañó en el Metropolitano.

La estructura de Simeone voló por los aires con un movimiento tan simple como una conducción. De Pedri. Palabras mayores. El internacional español se retrasó unos metros, agarró la pelota y se sintió tan liberado que empezó una conducción inalcanzable para cada uno de los defensores que se acercaron -nunca se cruzaron- en su paso ligero hacia el área.

Para cuando entró en el terreno definitivo, ya había desbordado a unos cuantos oponentes con una simpleza inusual en un partido de tanto calibre, con la ocasión que le concedió el Atlético de llegar hasta ahí. Cuando sintió el apuro encontró a su lado a Gavi, que, a su vez, halló más a su derecha a Démbélé, tan solo, tan cómodo, que su gol ya no admitió duda.

Cierto es que el 0-1 pudo haber sido antes, de no ser por las desesperadas intervenciones en el suelo de Savic o de Nahuel Molina, siempre por errores propios (uno de Giménez, otro de Pablo Barrios, ambos de menos a más en el encuentro), tan cierto como que, de repente, cuando recibió el gol en contra, olvidó sus complejos, tan recurrentes, tan perjudiciales para el Atlético, que es otro equipo cuando no le queda otra que reaccionar.

Porque, entonces sí, fue otro Atlético. Y otro Barcelona. No hay mejor ejemplo que cada uno de los gestos de Xavi, desquiciado por momentos, cuando el encuentro entró en una fase completamente diferente desde el 0-1 hasta el descanso, incluso hasta avanzado el segundo tiempo, cuando Marcos Llorente, empleado hasta entonces para defender, lanzó a todo su equipo hacia el ataque, con toda la determinación que había apagado la pizarra.

No fue el mejor día de Griezmann. Ni mucho menos de Joao Félix, en un dañino lucimiento personal en el primer tiempo. Individualista, indolente en la presión, en la pugna, rebuscó regates ni al alcance de Messi. No le salió ninguno, señalado por tal secuencia de excesos de los que se deshizo en la segunda parte, cuando jugó más a lo que sabe y debe.

Incluso en una versión rebajada de los dos mejores futbolistas de su plantilla, impulsado por la agitación y la determinación de Llorente, el Atlético arrinconó un rato al Barcelona, superviviente por la falta de calidad de Nahuel Molina en dos remates, porque Araujo se interpuso a un remate de Llorente, porque Ter Stefen voló a un tiro de Griezmann, porque Giménez cabeceó fuera un testarazo que debía haber sido gol...

El Barcelona entendió la nueva situación a la vuelta del vestuario, más aplicado cuando reanudó el duelo, más preparado para contener al Atlético y sin una sola noticia de Ansu Fati en todo el choque. El sustituto de Lewandowski aún no está a su nivel más reconocible, lejos del impresionante atacante que fue y puede ser. Apenas se le vio hasta entonces.

Ya de nuevo en la igualdad sobre el terreno, Démbélé dispuso de la sentencia al contragolpe, al que estaba encomendado el Barcelona. El publicitado estilo de Xavi admite muchos matices. Muchísimos. Su tiro se marchó fuera.

La réplica de Llorente la atrapó Ter Stegen, pero ya era un partido con menos ebullición, más domado por el equipo azulgrana, en el ritmo que le interesaba, con el 0-1 a su favor, con faltas cuando debía ralentizar, con el crono, con el otro fútbol para asegurar la victoria, entre la expulsión de Savic y Ferran Torres por enzarzarse en una pugna, entre la oportuna intervención de Araujo sobre la línea a un remate de Griezmann, entre la celebración de mucho más que una victoria. El Barcelona es más líder.