Abundan los argumentos a favor y en contra de la decisión que han tomado dos de los tres líderes de la Coalición Colombia, en el sentido de votar en blanco en la segunda vuelta presidencial del 27 de junio.
Muchos seguidores de ‘los verdes’ aplauden la coherencia de los abanderados del centro, quienes se han mantenido firmes en su idea de no hacer alianzas con dos candidatos que, según ellos, representan los extremos ideológicos de un país fracturado por la polarización.
Sin embargo, hay quienes asumen la opción por un voto que de todas maneras no se contabilizará, como lo establece la Constitución del 91 para segunda vuelta, como una claudicación frente a la clase política tradicional que ha cerrado filas en torno al candidato del Centro Democrático, que fue criticada por ellos durante toda la campaña.
Aunque en su comunicado conjunto ‘los verdes’ dejan en libertad a sus electores para elegir entre el voto en blanco y el apoyo al candidato Gustavo Petro, se entiende que la opinión de Sergio Fajardo, Claudia López y Jorge Robledo servirá de orientación a los millones de personas que confían en ellos y en su proyecto político. Pero, una cosa es la opinión que algunos tienen del llamado “voto útil”, y otra distinta la descalificación del valor simbólico que tiene el sufragio que no escoge a ninguna de las posibles alternativas.
Las democracias más avanzadas confían en el criterio político de sus ciudadanos, y ante la posibilidad de que las alternativas no sean de su agrado, les otorga la posibilidad de manifestarse en consecuencia. El objetivo de esta tercera opción es, precisamente, fomentar la participación democrática y desestimular la abstención, además, como se ha dicho, de permitirles a los votantes manifestar –simbólicamente en unos casos, y efectivamente en otros– su falta de respaldo a todos los candidatos.
Interpretado de esa manera, el voto en blanco es muy importante en una sociedad que quiere ejercer sus derechos democráticos de manera responsable, y sería un error cerrarles la puerta a quienes desean participar en el debate público con su voto, aún cuando no se sienten representados por ninguno de los aspirantes en contienda.
Mal haría el CNE en acoger la propuesta del magistrado Armando Novoa de excluir la casilla de voto en blanco del tarjetón de segunda vuelta. No solo por el confuso mensaje que se enviaría a la ciudadanía pocos días antes de una jornada tan determinante para la democracia, sino porque se pondría en entredicho el derecho de los electores a no escoger, que, desde ninguna circunstancia, es lo mismo que no votar.