Las grandes amenazas que desafían al planeta son cada vez más perturbadoras. Las más alarmantes, por su devastador impacto, revelan la impotencia de la humanidad –además de su manifiesta inacción– frente a serias preocupaciones que, pese a su urgencia, no encuentran soluciones conjuntas ni contundentes en el corto plazo. No somos capaces de ponernos de acuerdo en cómo asegurar nuestra propia supervivencia.

Es lo que se desprende del Informe de Riesgos Globales 2022, publicado esta semana por el Foro Económico Mundial, institución organizadora de la Cumbre de Davos, Suiza, aplazada por segundo año consecutivo debido a la expansión de ómicron. Más de mil expertos, líderes mundiales y académicos, así como otros 12 mil voceros de diferentes sectores, enriquecieron con sus opiniones el documento en el que se identificaron los escenarios más críticos, a nivel mundial, durante los próximos años.

Si en 2021, por obvias razones, la emergencia sanitaria y las enfermedades infecciosas, derivadas de la pandemia, aparecían como la amenaza más preocupante, este año el listado lo encabeza otra crisis vital sin precedentes: la ambiental. Es indudable que los fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más intensos, frecuentes e impredecibles, ensombrecen la perspectiva de futuro de miles de millones de personas en el mundo, en especial de quienes habitan los territorios más distantes y vulnerables.

Basta repasar los adversos eventos climáticos del último año para comprobar una vez más que el planeta atraviesa una profunda crisis, consecuencia de la acción del hombre. Por un lado, se le considera el principal responsable del irrefrenable aumento del calentamiento global, producto de su insaciable voracidad de recursos naturales, lo que ha provocado una irreparable pérdida de la biodiversidad y de niveles de contaminación nunca antes conocidos. Por otro, los líderes mundiales, como quedó demostrado en Glasgow tras un nuevo fracaso de la acción climática, siguen sin encontrar el camino para transitar de manera justa e inteligente hacia una economía verde. Sus esfuerzos no son reales.

La pandemia también continúa expandiendo la brecha social y sumando nuevos pobres. De hecho, la erosión de la cohesión social, entendida como el debilitamiento de la convivencia pacífica y armónica, la justicia y las instituciones, es otra de las peores amenazas que enfrentan hoy las sociedades, a juicio de este informe, que advierte sobre dramáticas rupturas con inesperados efectos en la próxima década.

Reducir la desigualdad y superar las alteraciones socioeconómicas desencadenadas por el impacto de la pandemia no resultará sencillo ni rápido. Las sucesivas variantes del virus, la galopante inflación y la crisis de la deuda anticipan una recuperación económica “volátil y desigual”, que podría originar nuevos conflictos sociales, si no se establecen las bases de una recuperación equitativa y duradera.

El retroceso en las condiciones de vida de los ciudadanos, sus sentimientos de descontento, más los desequilibrios emocionales, la depresión y la ansiedad que han vulnerado en gran medida su salud mental, todos riesgos contemplados en el complejo escenario global dibujado en este análisis, pueden ser el detonante de más estallidos populares. Ante la incertidumbre y el temor, la fragilidad es evidente.

¿Por dónde empezar? La realidad indica que todos estos problemas son de primer orden y merecen atención prioritaria. Muchos de ellos ni siquiera la reciben, acumulando aún más tensión entre quienes los padecen a diario. Davos está bastante lejos de Barranquilla, pero la mayor parte de las preocupaciones de su panel económico también las comparten nuestros ciudadanos sacudidos por crisis socioeconómicas, la falta de ingresos, impagables deudas, los efectos del cambio climático, trastornos mentales o la brecha digital. Mitigar el alcance de estos riesgos severos debe ser prioridad de nuestra dirigencia, tanto en el ámbito público como privado. Evitar la fragmentación social, caldo de cultivo de peligrosos populismos, es una tarea inaplazable.