Descalificar a Barranquilla o incurrir en irrespetuosas burlas de sus ciudadanos, por el simple hecho de haber nacido en este territorio, se ha convertido en una tendencia insolente que a determinados sectores del ámbito nacional e incluso local les está produciendo importantes réditos políticos o les ha permitido viralizar incendiarios discursos en los que resultan evidentes sus marcadas agendas con las que buscan causar conmoción social. Se intenta crear un clima tóxico para convencernos, a como dé lugar, que somos un verdadero desastre. Lo más parecido a una ciudad fallida o fracasada, en la que su gobierno y actores estratégicos han perdido el rumbo, incapaz de gestionar sus problemas, tras haber caído en una irreversible cleptocracia, mientras está siendo devorada por el miedo, la desconfianza y la desunión.

¿Nos hemos convertido realmente en esto o estamos frente a una narrativa artificiosa creada como resultado de una pugnacidad política o ideológica voraz que sin mayores opciones nos arrincona a orillas distantes, dinamitando de paso los siempre necesarios puentes del diálogo y el entendimiento, mientras anula toda posibilidad de construir proyectos de ciudad compartidos y equitativos para todos?

No es lo que vemos en las calles. No es lo que encontramos a diario en los barrios de la ciudad, donde la realidad, alejada del perturbador ruido de las redes sociales, aparece distinta de la dramática visión de presente y futuro divulgada por los considerados profetas de la catástrofe. Por el contrario, en cada localidad, sus habitantes con pensamiento crítico, además de cuestionamientos razonables, sobre los avances de Barranquilla o de su propio sector, deciden embarcarse en ilusionantes empresas e iniciativas colectivas para recuperar el pulso económico y social que les arrebató la pandemia.

Cada vez son más relevantes las ejemplares acciones solidarias de ciudadanos que expresan un comprometido liderazgo social orientado a resolver los actuales desafíos existenciales, tanto a nivel individual como comunitario. Con cada uno de sus nobles gestos, estos hombres y mujeres, validadores de la identidad barranquillera, encarnan en sí mismos la apuesta de futuro de nuestros mejores e innegociables valores, esos que debemos proteger frente a los más sombríos impulsos de quienes insisten en dividirnos. Son ellos de quienes tenemos tanto que aprender, pero sobre todo tanto que agradecer, los protagonistas de nuestra edición de hoy en EL HERALDO, en el aniversario 209 de Barranquilla.

Visibilizar lo que hacen no solo reconoce su invaluable labor, cargada de potentes simbolismos. También es una invitación a replicarla en otros barrios o cuadras como un regalo a la ciudad en su fecha especial. Qué mejor momento que este, el de la recuperación pospandemia, para renovar los compromisos de los distintos sectores público y privado de Barranquilla, así como de sus habitantes, los nacidos aquí o los que han llegado de otras latitudes, todos llamados a hacer mucho más en la construcción de una sociedad más sostenible, inclusiva y resiliente. Es la hora de la verdad, de centrar nuestra mirada en la igualdad, la justicia social, la lucha contra la pobreza y el hambre, el acceso a salud y educación de calidad para todos, el trabajo digno, el fin de las violencias, el desarrollo ambiental sustentable y la defensa de la democracia.

Es innegable que la suma de crisis derivada de la emergencia extrema desatada por el virus provocó un retroceso en la pobreza en Barranquilla, elevándola a 41 % en 2020, lo que agudizó la inseguridad alimentaria en la ciudad, donde más del 60 % de la población no logra aún consumir las tres comidas diarias. Situación agravada por la elevada inflación que no tiene visos de dar tregua. Está claro que no basta asegurar crecimiento económico, es imprescindible hacerlo combatiendo la desigualdad para superar las brechas estructurales, como la de género, las económicas o las vinculadas a la lucha contra el cambio climático, entre otras, que lastran las posibilidades de mejorar la calidad de vida de los más pobres.

Aún queda mucho camino por delante, detener la marcha ahora no solo no sería sensato, sino irresponsable, sobre todo porque existen proyectos cruciales que merecen ser materializados. Sin duda, los retos son enormes, pero también existen oportunidades reales de progresar, incluso en medio de los nuevos choques negativos que afronta la economía. No somos una ciudad fallida. Hemos demostrado nuestra capacidad de remar juntos hacia el mismo lado, de sumar, echar pa´lante y disfrutar, como acabamos de hacer en el Carnaval. Que nadie nos persuada de lo contrario.