Son inevitables las preguntas sobre el origen, consecuencias y alcance del voraz incendio que ha consumido, en pocas horas, miles de galones de combustible en dos depósitos que empezaron a arder en la madrugada del pasado miércoles. Es lo justo. Barranquilla necesita respuestas y, ojalá, lo antes posible. Indudablemente, la contención de la conflagración para evitar su propagación a los dos tanques vecinos y su posterior extinción tienen que seguir siendo objetivos prioritarios de la operación ininterrumpida liderada por el Distrito. En ello se empeña con admirable devoción el Cuerpo de Bomberos de nuestra ciudad que ha recibido respaldo de equipos especializados en emergencias con hidrocarburos de la refinería de Ecopetrol, de Cartagena, y de colegas aeronáuticos del Ernesto Cortissoz. Enhorabuena se sumaron a las labores de contención que se demorarán días hasta mitigar todos los riesgos por la volatilidad del material involucrado.

Hasta ahora, un cortocircuito aparece como la primera hipótesis detrás de este grave hecho que enluta a una familia, la de Javier Solano, y deja incalculables afectaciones en una urbe aún conmocionada. Con la mirada puesta en la calidad del aire, del agua, y en la salud pública de los habitantes de la ciudad, organismos como la Procuraduría solicitan con urgencia informes a las autoridades distritales para verificar el cumplimiento de normas. Hacen lo correcto. También es imprescindible que los entes competentes, del orden nacional o local, comprueben si la empresa Bravo Petroleum instalada en el terminal portuario de Compas guardaba los protocolos para dar respuesta a una crisis de esta magnitud o mantenía vigentes sus pólizas. Quedan muchas dudas.

Lo alcanzado a día de hoy nos sitúa en un escenario de moderado optimismo. Tras una primera estrategia que no fue del todo exitosa, las maniobras posteriores han permitido sofocar las llamas del primer tanque afectado, mientras se queman de forma controlada los más de 56 mil galones del segundo depósito, paso previo a la intervención directa de los bomberos. De manera que en un trabajo tan minucioso cada acción cuenta, pero en particular la clave radica en el momento exacto en la que se ejecute. Excederse en uno de estos sincronizados movimientos podría dar al traste con la operación entera. Lo que se ha querido conjurar, a toda costa, es que uno de los depósitos incendiados colapse provocando un vertimiento catastrófico de sustancias contaminantes al río o que alguno de los cuatro estalle ocasionando un impacto devastador.

En este sentido, el esfuerzo de la Armada Nacional y, en especial, de la Dirección Marítima (Dimar) y la Capitanía de Puerto ha sido fundamental. Sus remolcadores no han dejado un segundo de refrigerar los depósitos de combustible con chorros de agua que arrojan, mediante sistemas de alta presión, desde la ribera del río. En tanto, los bomberos descargan espuma sobre los tanques para extinguir el fuego, del otro lado. Ataque defensivo, así catalogan expertos a esta estrategia ejecutada ante la imposibilidad de acercarse por la magnitud del fuego. No obstante, las fuertes brisas que han alejado las partículas tóxicas que viajan en la columna de humo emanada por las llamas ha sido un obstáculo para la misión. La velocidad del viento dispersa la espuma, haciéndola infructuosa. De suerte que a la valentía y precisión de nuestros héroes también se debe añadir la paciencia. Por el momento, la Ungrd ha garantizado suficiente espuma para lo que haga falta. Con tanto en juego, no pueden dejar sola a la ciudad.

A la vuelta de la esquina de la Navidad, lo sucedido con el sargento Javier Solano nos confronta ante el espejo de la frágil condición humana. El niño que soñaba con ser bombero es despedido por su padre, esposa e hijos, y por tantos heroicos compañeros que en la Nochebuena, en vez de encuentros familiares en el calor de sus hogares, permanecerán combatiendo de frente el fuego que les arrebató a uno de los suyos. Imposible olvidarlo, igual el ennegrecido cielo nos lo recordará.