De los más de 9.000 republicanos españoles deportados a campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial, unos 7.500 acabaron en Mauthausen (Austria) y dos tercios de ellos murieron en el conocido como 'campo de los españoles'.
En ese lugar, a unos 160 kilómetros al oeste de Viena, entre el 8 de agosto de 1938 y el 5 de mayo de 1945 perdieron la vida la mitad de los 200.000 prisioneros internados, en su gran mayoría catalogados como 'enemigos políticos irrecuperables' del Tercer Reich.
Este domingo se conmemora el 70 aniversario de esa liberación, con la asistencia de autoridades y asociaciones de supervivientes de numerosos países, entre ellos el ministro español de Exteriores, José Manuel García-Margallo, y la Amical de Mauthausen.
En ese campo y sus alrededor de 40 centros satélite se daban las más crueles condiciones de trabajo de todo el régimen nazi, y en él, además de españoles, había prisioneros de guerra, sobre todo polacos y soviéticos, así como homosexuales y judíos.
Aunque no era propiamente un campo de exterminio, como Auschwitz, sino de trabajo, en él se aplicaba la divisa nazi del 'exterminio a través del trabajo', con unas jornadas brutales en las que desfallecer significaba ser rematado a golpes o tiros.
'El castigo a internos de otros campos de concentración era trasladarles a Mauthausen porque tenía las peores condiciones de vida', relata a Efe el historiador Christian Dürr, responsable del archivo documental del Memorial de Mauthausen.
Muchos murieron en las interminables jornadas en la cantera de granito y al cargar las piedras por los 186 escalones de la 'escalera de la muerte'.
Aunque la mayoría murió por el agotamiento, unido a raciones de hambre y unas deplorables condiciones sanitarias, también hubo fusilamientos, asesinatos a tiros y una cámara de gas.
El centro fue dirigido hasta el final por el alemán Franz Ziereis, un comandante de las SS entre cuyos actos sádicos se cuenta enseñar a su hijo de 12 años a disparar un arma utilizando a 40 prisioneros como diana.
Los españoles comenzaron a llegar a Mauthausen en 1940, después de la rendición de Francia, país al que muchos republicanos habían huido tras el final de la Guerra Civil.
Los nazis los llamaban 'Rotspanier' ('españoles rojos'), y los catalogaron como apátridas y enemigos políticos.
Entre 1940 y principios de 1941 -indica Dürr- 'los españoles republicanos eran considerados enemigos ideológicos, lo que tuvo como consecuencia que fueran asesinados en gran número hasta mediados de 1941'.
A partir de ahí la situación mejoró algo porque tejieron una red solidaria y, además, asegura el historiador, eran valiosos para los nazis porque muchos sabían un oficio.
Es que los que tenían más probabilidad de salvarse eran los cocineros, los carpinteros, los albañiles, los oficinistas o los barberos.
'Esto llevó a que si al principio los españoles fueron asesinados en gran número, se convirtieron más tarde en un grupo nacional que fue capaz de alcanzar en el campo una posición relativamente privilegiada', explica Dürr.
A la valentía del catalán Francesc Boix, que trabajaba como fotógrafo y tuvo acceso al laboratorio de revelado de las SS, se debe que se hayan conservado negativos que fueron determinantes para condenar después de la Guerra, en los juicios de Nuremberg, a los principales jerarcas nazis.
Otras muchas muestras de coraje son menos conocidas, por ejemplo, el único minuto de silencio que se guardó en Mauthausen fue por el primer prisionero español fallecido, José Marfil, en agosto de 1940.
La propuesta de honrar a un muerto causó tal asombro en la dirección nazi del campo que aprobó la solicitud, cuenta a Efe por teléfono el hijo de José Marfil, que lleva su mismo nombre y también sobrevivió a Mauthausen.
'No se puede olvidar algo así, es imposible, lo recuerdo cada día', explica Marfil, un malagueño de 94 años que vive cerca de Perpignan, en el sur de Francia.
'Los que hemos sobrevivido ha sido por casualidad, porque hemos tenido la suerte de estar con vida cuando llegaron las fuerzas que nos liberaron', sostiene.
'Nos levantábamos cada día y no sabíamos si íbamos a sobrevivir. Era una lucha para resistir, nada más', confiesa, y asegura que su habilidad como carpintero fue 'un poco' lo que le salvó.
Marfil asegura que los españoles se ayudaban entre ellos, pero sus posibilidades eran limitadas.
'Hacíamos moralmente lo que podíamos, pero era difícil porque no teníamos nada. Todos teníamos hambre, todos luchábamos para poder sobrevivir. Si se podía se ayudaba, pero ¿cómo podías ayudar si no tenías nada?', relata.
A sus 94 años Marfil, que lamenta que ya apenas pueda salir de casa, no espera ya reconocimientos por parte del Estado español, y sólo demanda que no se olvide lo sucedido para evitar que 'los jóvenes de hoy sean las víctimas de mañana'.
'No pido nada de nadie, lo único que pido es que la gente se movilice y haga algo para que esto no se repita', concluye.