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Un año más, como desde hace ya 70, el centro de la localidad española de Buñol (este) se tiñó hoy de rojo con el lanzamiento de cientos de toneladas de tomates, aunque esta vez bien se podría decir que se sumergió, ya que la cantidad de hortalizas fue la mayor de la historia.

En poco más de una hora, una avalancha de más de 150.000 kilos de tomates maduros se esparcieron entre los 22.000 participantes en esta singular refriega, en la que se rinde homenaje al gamberro primigenio, a la inocentada original que dio pie a esta singular fiesta, que hoy no conoce fronteras.

Según las cifras que maneja el Ayuntamiento de Buñol, en torno al 20 % de los asistentes de este año son españoles, un 15 % británicos, un 10 % japoneses, un 9 % indios, un 5% australianos y otro tanto estadounidenses.

Son unos instantes de desfogue, una batalla sin vencedores ni vencidos y sin más armas que los tomates maduros que sirve una cooperativa de agricultores cercana.

Para este singular gazpacho (sopa fría española a base de tomates) bastan unos pocos ingredientes: unas calles estrechas, siete camiones cargados de tomate y las ganas de sentirse protagonista del exceso, de estar, por unos minutos, en el ojo del huracán.

Resulta complicado saber qué aturde antes o con mayor intensidad, si el griterío inicial, la imposibilidad de atender a los lanzamientos de agua y otros líquidos desde los balcones, las ensordecedoras bocinas de los camiones que se acercan, el intenso olor de la pasta de tomate o un buen tomatazo en la cabeza.

Esta locura colectiva, que por instantes parece incontrolada, tiñe por completo calles, fachadas y balcones y, como si tuviese vida propia, va rebajando progresivamente la efervescencia inicial de lanzamientos y tomatazos, hasta transformarse en un magma rojizo en el que los participantes pueden calmar sus ánimos.

Con el tomate como material multiusos, hay quienes se esmeran por frotarlo en la piel de su compañero, otros aplican cuidadosas máscaras capilares y una minoría de intrépidos directamente nada en las charcas de caldo rojizo.

Y no acaba aquí el especial atractivo de la Tomatina, pues realmente cuando desaparecen los periodistas y fotógrafos se puede contemplar uno de los 'espectáculos' más singulares de esta fiesta, que no es otro que la coordinada y milimétrica limpieza de las calles.

La tercera Tomatina de pago de la historia parece haber encontrado su fórmula ideal en cuanto a aforo y accesos, según explicó el alcalde Rafael Pérez tras la limitación a 20.000 personas en 2013 y la ampliación a 22.000 producida el año pasado.

Si en anteriores ediciones la Tomatina había servido de plató para el rodaje de películas o anuncios publicitarios, la anécdota este año ha sido el paso del coche equipado con videocámaras con el que Google inmortalizó la fiesta.

El vehículo ha realizado dos pasadas por el centro del recorrido, una antes y otra en pleno fervor de la batalla, para colgar después las imágenes en su mundialmente famosa aplicación de mapas y geolocalización.

Además de esta iniciativa, Google rindió hoy homenaje a esta fiesta de Interés Turístico Internacional (desde 2002) con una curiosa animación en las letras de su marca en la página del buscador de la firma.

Y es que la tecnología, en forma de aplicaciones específicas de geolocalización, venta de entradas por internet o videocámaras portátiles en alta definición ha cobrado el protagonismo que años atrás tenían las pelucas o los disfraces.

La Tomatina del récord se saldó sin incidentes de importancia.