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La crisis política de Brasil, que convive con un presidente interino y una mandataria suspendida, se coló en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro desde su ceremonia de inauguración hasta la de clausura de este domingo.

El mensaje de los electores de que el evento deportivo no funcionaría como morfina frente a la crisis política quedó claro en la ceremonia inaugural, cuando el presidente interino, Michel Temer, fue fuertemente abucheado en diversas oportunidades.

Asimismo, la radicalización política del país volvió a quedar clara este domingo con la decisión de Temer de no acudir a la ceremonia de clausura para evitar otra humillación.

Su decisión generó un dolor de cabeza diplomático debido a que tradicionalmente es el jefe de Estado o de Gobierno del país organizador de unos juegos el que le entrega el testigo al mandatario del país que heredará la Olimpiada.

En el caso de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, recibirá el testigo del alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes.

Según analistas políticos, Temer quiere evitar los abucheos a escasos cuatro días del inicio de la audiencia final del juicio político en el Senado que puede concluir con la destitución de la presidenta suspendida de Brasil, Dilma Rousseff.

Temer asumió la presidencia el 12 de mayo pasado cuando el Senado decidió separar de su cargo a Rousseff mientras la somete a un juicio por supuestas irregularidades en la presentación de las cuentas públicas.

Desde entonces, el país vive una grave crisis y está dividido entre quienes defienden la continuidad de Rousseff y acusan a Temer de liderar un golpe de Estado y un complot para sucederla y los partidarios de la destitución de la jefe de Estado.

Los Juegos no fueron inmunes a esa disputa de poder ante la decisión de Rousseff, pese a haber sido invitada, de no asistir a la ceremonia inaugural para no tener un papel secundario en un evento que, alego, ella ayudó a organizar e impulsó desde el comienzo.

La presidenta suspendida explicó que se sentía como 'madre de los Juegos de Río' y que consideraba el 'padre' a su antecesor y padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, otro ausente en la inauguración pese a haber sido invitado.

Río de Janeiro fue elegida sede olímpica en 2009 durante el segundo mandato de Lula, que se empeñó personalmente para atraer votos y convencer al mundo de que Sudamérica tenía derecho a organizar sus primeros Juegos Olímpicos.

La organización del evento y la construcción de las instalaciones olímpicas y de todo el llamado legado olímpico fue gestionada bajo el Gobierno de Rousseff.

La semana pasada Lula dijo haberse sentido 'olvidado' durante los Juegos y recordó que la cita deportiva no habría llegado a Brasil si no fuera por él: 'En la inauguración me sentí como en la película 'Se olvidaron de mí' y me di cuenta de que no habría Juegos Olímpicos si no fuera por mí', afirmó en un acto político.

Temer, que se salvó de tener que saludar a sus adversarios en la inauguración en el estadio Maracaná, se abstuvo de intentar sacar renta política a los Juegos durante casi todo el evento.

Fue muy parco en los mensajes de felicitación a los medallistas brasileños, pero no pudo evitar un claro mensaje político anoche, cuando la selección brasileña de fútbol conquistó el oro, una medalla inédita que se había convertido en toda una obsesión en Brasil.

'La selección olímpica de fútbol conquistó un oro inédito en un momento histórico para el país. Es la hora de levantarnos con la grandeza de nuestro Brasil', escribió en una red social.

Cuatro días antes del fin de los Juegos y para compensar su ausencia en la clausura, Temer visitó el Parque Olímpico y celebró el éxito de los Juegos: 'Lo que asistimos desde la inauguración, con ese espectáculo maravilloso, fue una tranquilidad absoluta en Río de Janeiro'.

La crisis política de Brasil también se filtró en las instalaciones olímpicas durante las competiciones, donde era común escuchar a aficionados gritar 'Fuera Temer' o exhibir grandes pancartas contra un Gobierno que califican de 'golpista'.

Al comienzo la policía llegó a expulsar a quienes insistían con las protestas, pero la repercusión de las imágenes de aficionados sacados a la fuerza por uniformados y una decisión judicial terminaron por persuadir al Comité Organizador Río 2016 de que era mejor ignorar las protestas.

El Comité recurrió ante la Justicia para vetar expresiones de carácter político durante las competiciones, pero un juez se negó a conceder una sentencia para amparar violaciones al derecho de la libertad de expresión.