Compartir:

La venezolana Teresa de Pedraza miraba la televisión cuando sintió un malestar que inmediatamente identificó como un infarto. Asustada, acudió a cuatro hospitales de Caracas y de la cercana ciudad de Guarenas, donde reside, pero en todos le negaron el ingreso. Estaban a tope atendiendo casos de la COVID-19.

'No nos dejaron entrar', dijo a Efe la mujer de 58 años al relatar su experiencia específica en el Hospital Universitario de Caracas. 'Tenían las puertas cerradas, no nos dejaron entrar porque era un (centro) centinela para personas con COVID-19', añadió.

Finalmente, De Pedraza fue atendida en el principal centro sanitario del barrio deprimido de Petare, a unos 40 minutos de Guarenas y donde se afinca la favela más grande del país.

Aunque no estaba contagiada con la COVID-19, esta ama de casa venezolana fue una víctima invisible de la enfermedad que azota el mundo y paraliza la economía.

Si hubiera muerto por no atenderse el infarto, como luego se confirmó que efectivamente sufrió, su caso no hubiera entrado en las estadísticas de la COVID-19 en Venezuela.

Pero ella está convencida de que el nuevo coronavirus hubiera sido, en parte, responsable de su muerte, como lo fue de la mala atención sanitaria que recibió.