La deteriorada economía cubana ha profundizado en su depresión por los efectos de la covid-19 en el sector turístico, una de las mayores fuentes de ingresos de un país muy dependiente de esa entrada de divisas y que sigue acusando el incremento de las sanciones de EE. UU. y el retraso en sus reformas.
El desgaste acumulado de años intentando mantener a flote la precaria economía familiar, reflejo de la economía que se desplomó un 11 % en 2020, fue uno de los catalizadores de las protestas antigubernamentales del domingo último en Cuba, las mayores en 27 años.
Todos los indicadores económicos de la isla, que prevé este año un déficit fiscal equivalente al 18% de su PIB, provienen del Estado cubano y son difíciles de contrastar, ya que la isla no forma parte de organismos internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.
La isla recibió en el último año un 90 % menos de visitantes que en el periodo anterior, un desplome de impacto no solo en las arcas estatales sino también en el hasta entonces pujante sector privado.
Los envíos de petróleo venezolano subsidiado que La Habana recibe desde hace dos décadas también han caído en picada por la crisis en el país suramericano.
La pandemia sacó a flote los problemas económicos arraigados desde el 'periodo especial' de los años 90 cuando el país se quedó sin su principal benefactor económico: la Unión Soviética.
Desde ese entonces, y especialmente en los últimos dos años, han prevalecido los momentos de escasez y colas, siempre además bajo las draconianas sanciones de EE. UU., mientras el Gobierno sigue estudiando cómo reanimar el modelo económico centralizado vigente desde hace 60 años con unas reformas aún demasiado lentas, a juicio de los expertos.