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Trabajar en una oficina con la presencia de obras originales de grandes pintores del Caribe es regalo a los sentidos y placer anímico. Empleo la palabra presencia, no digo adorno, porque el arte, como decía Nietzsche, es la tarea suprema y la actividad metafísica de la vida. Del sentido de la vida. El arte no se reduce a ser objeto decorativo como erradamente se utiliza mucho para las ventas. Tuve el privilegio de contemplarlo cuando fui rector de la Universidad del Norte. Todos los días, durante diez años, cuando abría la puerta de mi despacho veía en su esplendor frente a mí el cuadro Torocóndor de Alejandro Obregón, colgado en la pared, detrás del escritorio. No podía seguir viéndolo mientras trabajaba. Entonces cambiaba de posición para seguir mirando. Presentía que su permanencia ahí era transitoria.

En los años setenta del siglo pasado una colección significativa de cuadros del Centro Artístico de Barranquilla fue entregada en custodia a la universidad a falta de un lugar adecuado donde ubicarla. Eran obras principalmente de Obregón, Enrique Grau, Ángel Lockhart que hacían presencia en clave artística en la que se llamaba por ese motivo Sala de Arte donde se reunían los Consejos directivos y académicos. Confieso que en muchos momentos se me iba la mirada hacia la pared donde colgaban las pinturas para distraer el tedio que producen reuniones tan formales. A finalizar la década de 1980, y por solicitud del Centro Artístico, la colección pasó a Comfamilar en donde fue expuesta por un tiempo, pasando luego al local actual de la carrera 56, Alto Prado, a la espera de la terminación de la sede definitiva, situada en el Parque Cultural del Caribe y diseñada por el arquitecto Giancarlo Mazzanti. Al fin, el tres de abril pasado, el alcalde Char anunció la apertura del proceso de licitación de los acabados que parecía que iba a tener igual suerte que ha tenido la larga espera de la restauración del Teatro Amira. "Esperando a Godot" escribió Beckett una obra de teatro, metáfora de la espera de que se muestre el arte moderno en recintos públicos adecuados de la ciudad. Se aproxima el final deseado.

Los museos de arte son espacios para la contemplación. Los visitantes de museos como el MoMA de Nueva York, el MAMBO de Bogotá, se sientan a mirar sus obras por horas. Se tiran al suelo para disfrutarlas mejor. En todo caso, la contemplación del arte en un museo no es como ver en sus jaulas a los colibríes que pierden la libertad de volar. Los cuadros en un museo público están colgados para que los contemplativos vuelen con su imaginación.