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El jaguar, el felino más grande de América y el tercero del mundo después del león y el tigre, libra en Colombia una batalla silenciosa para recuperar su hábitat, que se ha ido estrechando por la caza y la actividad humana en las regiones en donde antes se paseaba.

'El jaguar es patrimonio no solo de los colombianos sino de los latinoamericanos, una herencia de los ancestros que hay que valorar. En el futuro nos vamos a dar cuenta, ojalá no sea muy tarde, que vale más un jaguar vivo que uno muerto', dice a Efe el biólogo Esteban Payán, director para América del Sur de Panthera, organización dedicada a la protección de 40 especies de felinos salvajes y sus ecosistemas.

Payán asegura que aunque no se crea, el jaguar es un agente regulador de los bosques y del agua, 'valores que son difíciles de explicar a la gente porque son intangibles, pero tiene no solo el valor de regulación sino un valor propositivo que da medios de vida para gente pobre' a través del ecoturismo.

Pueblos indígenas colombianos como los arhuacos, que viven en la Sierra Nevada de Santa Marta, el sistema montañoso frente al mar más alto del mundo, consideran que la 'Panthera onca', nombre científico del jaguar, está asociada con el poder, la sabiduría y la fuerza.

En su cosmogonía, los arhuacos creen que ese felino, que tiene la mordida más fuerte del mundo en relación con su tamaño, es el responsable de sostener el sol y evitar que toque la tierra, manteniendo en equilibrio y regulando el cambio climático.