Hace once años los habitantes de La Caucana, cansados de la violencia y la ilegalidad en esa región del noroeste de Colombia, decidieron reemplazar por cuenta propia sus cultivos de coca por los de cacao y ahora exportan su producto con un novedoso modelo de autogestión.
La iniciativa la tomaron campesinos que el 8 de agosto de 2004 fundaron la Asociación de Cacaoteros de Tarazá (Acata), actualmente con 64 socios, y que tienen en común el haber sido desplazados por el conflicto o cultivadores de coca.
'El comienzo no fue fácil porque nadie nos escuchaba y no teníamos a acceso a crédito, pero fuimos comprando semillas de cacao y sembrando por cuenta propia', recuerda José Fernando Gómez, uno de los fundadores de la Acata y actual secretario de la asociación, durante una visita de Efe a La Caucana.
Este caserío enclavado en las montañas del municipio de Tarazá, en el departamento de Antioquia, llegó a ser en los años 90 el mayor centro de comercio de coca de la región del Bajo Cauca, territorio disputado a lo largo de décadas por grupos guerrilleros, paramilitares y bandas criminales.
'Esto era una zona roja (de alto grado de conflicto) y como no había presencia del Estado todo el mundo se dedicó a los cultivos ilícitos', explica el vicepresidente de Acata, Jaime Enrique Jaimes.
La decisión posterior de abandonar la coca la tomaron porque estaban hastiados de la violencia en la zona y de la persecución del Estado, que por entonces había intensificado el uso del herbicida glifosato contra las plantaciones ilícitas.
Fue así que unos campesinos se unieron para 'volver a la legalidad' introduciendo el cacao, un cultivo que se adaptó muy bien a las condiciones climáticas y de suelo de la zona.
En 2009, cuando la asociación estaba a punto de disolverse por falta de apoyo, apareció al fin el Gobierno con el Proyecto de Desarrollo Alternativo 'J36', de la Gobernación de Antioquia y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), que acogió la iniciativa de los cacaoteros y estimuló a otros campesinos a cambiar la coca por plantaciones de caucho.
'En La Caucana y diez veredas (unidades administrativas rurales) de sus alrededores no hay coca. Hemos recuperado más de 800 hectáreas, de las cuales unas 500 están cultivadas con cacao y 300 con caucho', dice Jaimes.
Pero el salto a lo legal fue complicado porque debido al abandono estatal que en cierta manera facilitó la penetración de grupos armados al margen de la ley, 'había un gran muro en el medio' de la relación de los campesinos con el Gobierno.
'Había miedo de ellos hacia nosotros y de nosotros hacia ellos. Muchos pensábamos si sería que venían a quitarnos la finca', cuenta Gómez.
Con la ONU y el Gobierno llegó la cooperación internacional, en este caso la agencia estadounidense para el desarrollo internacional (USAID) por medio de la ONG Colombia Responde que implantó un modelo en el que la asociación de cacaoteros participa en la gestión de los recursos que anteriormente manejaba solo la Alcaldía.
Ese sistema ayudó a crear un concepto de lo colectivo en una sociedad acostumbrada a lo individual y fortaleció la Acata, que compra en su sede de La Caucana la producción de cacao de la zona, evitando intermediarios, y la comercializa directamente con empresas como Casa Luker y la Compañía Nacional de Chocolates.
La Acata ha obtenido además certificaciones internacionales que le permiten exportar a España y otros países europeos.
El volumen de cacao comercializado por la Acata, que en 2013 fue de 35 toneladas, subió a 55,5 toneladas en 2014 y esperan cerrar este año con 110 toneladas, según Jaimes.
Pero lo más importante es el cambio de cultura de la gente, que pasó de una 'cultura mafiosa', como ellos mismos reconocen, a una en la que prima la legalidad, aunque la ganancia sea menor.
Prueba de ello son los 11.000 pesos colombianos (unos 3,8 dólares) recibidos por un niño de doce años que llegó a vender dos kilos de cacao durante la visita de Efe y que, según cuentan los mayores, en la época de la bonanza del narcotráfico habría recibido 4,4 millones de pesos (unos 1.400 dólares) por la misma cantidad de hoja de coca.
'La gente ha cambiado y en el comercio dicen, si es cocalero no le fío', afirma José Gilberto Posso, otro campesino que hizo su propia sustitución de cultivos.
Cuando se les pregunta por qué cambiaron un negocio que dejaba tanto dinero por otro menos rentable, las respuestas, con matices, son las mismas, 'porque no hay como lo legal', 'porque ahora vivimos con más libertad y menos temor' o 'porque la coca fue como una ilusión que llegó, se fue y no nos dejó nada bueno'.