En primer lugar, en nombre de Colombia, deseo presentar a usted, señor presidente, nuestras sinceras felicitaciones por su elección como presidente de la Asamblea General. Para nosotros es motivo de satisfacción que ese honor haya sido conferido al vicepresidente de un país con el cual Colombia mantiene tan fraternas relaciones.
Sus calidades diplomáticas y su experiencia son garantías de objetividad y eficacia en las labores de la Asamblea. Quiero aprovechar igualmente esta oportunidad para dar una cordial bienvenida a la delegación de San Cristóbal y Nieves, país que, confirmando la vocación universalista de las Naciones Unidas, acaba de ingresar en la organización.
Es pasatiempo fácil armar como un rompecabezas conocido las últimas transformaciones que derogaron valores tenidos por inmutables, entre ellos el de soberanía, con el cual cada nación se aisló en sus insignias como en una concha al conjuro de compromisos que cambiaron la conducta colectiva.
El conflicto por el poder expresa la condición humana en cada trayecto histórico, aunque comprometa conciencias en aras de ideologismos excluyentes. Comprender sus motivaciones es más fructífero que pretender manejarlo, ahora cuando la diplomacia tradicional es desbordada por cónclaves incompatibles con el deseo de participación y con la prisa establecida por aquel viejo reloj egipcio de sol que advierte que: es más tarde de lo que suponemos siempre.
En el vértigo de la segunda guerra y sobre sus restos calcinados, las Naciones Unidas se abrieron paso en la preservación de esa urgencia constante que es la paz.
Han pasado 38 años y, pese a nuestra Carta constitutiva, el mundo se aleja de aquel ideal: hacer con mente fresca el análisis de sus sinrazones recuerda que desde entonces han sucedido 150 conflictos bélicos en nombre de las causas más delirantes, siempre en una aparente cuanto absurda polarización.
Pero las víctimas han salido de la llanura de los débiles, no de los centros prepotentes; y la sangre ha corrido en remotas comarcas, no en las fortalezas de los reales intereses en conflicto.
¿Puede atribuirse tal paradoja a la desintegración previa a una reagrupación consciente? Digamos que sí, iluminados por la fe en la supervivencia humana y con el testimonio de un país libre que mira al Caribe y al Pacífico, de esquina entre el istmo centroamericano y Sudamérica y en el foco de perturbaciones que comprometen el futuro del mundo.
Alentábamos la ilusión de que con la segunda guerra concluyó el colonialismo, salvo excepciones aberrantes, entre otros casos, las Malvinas: surgieron naciones que reclamaban el derecho a producir y a llevar al mercado lo que producían. Pero la 'guerra fría' las organizó en clientelas que competían de lado y lado por algo inaudito, como colocar sus productos a precios justos y recibir tecnología y créditos. Tal competencia, la debilidad de los débiles y su incapacidad para relacionarse, mantuvieron bajos el petróleo y los rubros básicos. Con la distensión de los años 50 nacieron los primeros bloques de países en desarrollo para trascender el dilema capitalismo-socialismo mediante una vía independiente. Con la dispersión de Occidente, el mundo subdesarrollado tomó su ruta y sobrevino el descubrimiento de la modernización: Japón, Alemania, Corea, China lo atestiguan.
La incomprensión se pagó con creces y sin preaviso. El mundo es más simple de lo que parece, y los precios del petróleo, reparación en el sistema económico mundial que debió concertarse gradualmente, señalaron un nuevo orden; es lo que nos hemos propuesto los colombianos al situarnos en posición de equidistancia y convivencia en el Movimiento de los Países no Alineados, ahora bajo la carismática conducción de la Sra. Gandhi.
¿Cómo lograr que las dos grandes potencias, cada una núcleo centrípeto de naciones amigas, restablecieran el diálogo, pensaran más en la humanidad que en sus propios y a veces deformados intereses? Tres grandes que dejaron su impronta en este siglo quisieron romper ese círculo vicioso: Nehru, heredero de la legendaria sabiduría hindú; Nasser, renovador del espíritu islámico, y Tito, arquetipo del nacionalismo pragmático. Su filosofía defensora de la identidad cultural de los pueblos, precisada por Sukarno en Bandung, exalta una progresiva y digna mundialización de la humanidad frente a la división maniquea y bipolar de los acuerdos de Yalta; y afirma el diálogo, la creación de canales para el desarrollo autónomo de los pueblos y la paz en vez de la guerra entre los poderosos.
Ni satélites ni dependientes de nadie; tampoco enemigas de nadie.
Esta posición de Colombia se enraíza en las líneas de nuestra política exterior desde la fundación de la nacionalidad, cuando el Libertador Bolívar convocaba hacia un 'equilibrio del universo'. Pues bien, manteniendo nuestras amistades, si están centradas en el respeto, la dignidad, el pluralismo ideológico, el rechazo al colonialismo y la democracia, creemos llegado el momento del nuevo orden cultural mundial proclamado por el visionario africano de la negritud, Leopold Sedar Senghor, aventura espiritual a la que calurosamente invito.
Y ello porque la bipolarización en dos bloques amenazantes y desconfiados que se recelan entre sí pone en peligro la paz con la siniestra posibilidad de una destrucción nuclear.
La lucha por el predominio lleva a demencias que quiebran la medida de que es o no es racional. El armamentismo es el indicador más patético de la desproporcionalidad: en toda acción puede medirse la relación costo-beneficio entre hacer o no hacer, aumentar o disminuir, controlar o restringir, menos en el armamentismo, el cual lanza a tales desmesuras que en los minutos que utilizaré para pronunciar estas palabras el mundo habrá gastado 50 millones de dólares para perfeccionar sus técnicas de destrucción.
Uno de los raciocinios más simples por la paz es decir que la guerra no es posible sin armas. Hay quienes piensan, como el Grupo de la Universidad de Harvard, que cuando la humanidad ha perdido su inocencia nuclear, resulta imposible recobrarla; y que el hombre prometeico queda uncido a esas armas como al fuego: jamás podrá deshacerse de su conocimiento. Pero el conflicto no se origina en las armas, ni en el aumento de los arsenales, sino en decisiones políticas: la paz no se logra con la sola proscripción del armamentismo, sino que hay que desarmar los espíritus y los brazos. Entre otras cosas, para que no siga confirmándose la teoría de que los modelos para el odio son engendros occidentales que se materializan brutalmente en el sur.
Y para no repetir la adolorida reflexión de Nehru cuando estaba en prisión:
'El mal triunfaba con frecuencia, pero era peor ver cómo degeneraba y se deformaba Jo que había parecido tan justo. ¿Es que la naturaleza humana era tan esencialmente mala que iban a hacer falta ecos de sufrimientos y desdichas antes de que pudiera comportarse razonablemente y elevar al hombre por encima del ser codicioso, violento y engañador que era ahora? Y entretanto, ¿estaba condenado al fracaso cualquier esfuerzo destinado a cambiarla radicalmente en el presente o en el próximo futuro?'.
No sucumbiré a la seducción del reino de la utopía. Tampoco me sentiría en paz conmigo mismo, si no reclamara y clamara por la urgencia de sentirnos en paz los unos con los otros. Nunca tuvo el hombre en sus manos tanta tecnología para su bienestar; pero nunca estuvo tan lejos de aplicarla a ese bienestar.
Tal avance, de todos como el aire o el agua, brota de conocimientos acumulados de los cuales el ser humano ha sido sujeto activo o pasivo. Por tanto, los frutos de esta maduración deben beneficiar a todos, mientras millones son prisioneros de su ignorancia: los pueblos representados por la mayoría de los que aquí nos congregamos.
La ciencia no debe desviarse hacia el dogma o hacia la exclusión, porque toda teoría científica es biodegradable; y porque hacer de la ciencia un culto y no una cultura, es entronizar irracionalismo y oscurantismo.
Por ejemplo, entronizarlos en el espacio, uno de los grandes escenarios para proyectar ese ideal de justicia. La fascinante aventura ultraterrestre ha de concientizarnos de nuestra interdependencia y de la comunidad que debe manejar recursos preciosos para la supervivencia de la especie, a la que pertenecen todas las naciones, al punto de que cuanto más ascendamos a mirar de cerca el rostro de Dios, más equidistantes estaremos de cualquier punto de la Tierra. No debería ser, pues, permisible que el espacio se cruce por artefactos de guerra, frente al asombro e impotencia de países no afiliados al club de los poderosos por carencias o por inhibiciones filosóficas.
En ese patrimonio común están nuestras cosechas, la minería, nuestras costas, la riqueza marina, nuestros bosques y ríos, es decir la salud, la educación, nuestra supervivencia o sea la esencialidad de la paz. Yacen allí nuestras pobres almas.
Están el follaje de nuestras comunicaciones, la imagen y el sonido que llenan la intimidad de nuestros hogares para afirmar el derecho a la información y ennoblecer la calidad de la existencia: convertir el espacio en otra dimensión bélica sobre la frágil e inerme cabeza de las libélulas del cosmos, es forma diabólica de dominación. Volvamos más bien a lo que pedía el gran austríaco Kreisky:
'Lo que fueron en otra época las redes de ferrocarriles, de carreteras y de canales, lo son actualmente las redes de telecomunicación, de información, de informatización, de educación, de formación, según las tecnologías más modernas. Los pueblos que quieren desarrollarse, tienen el derecho absoluto de disponer sin demora de estas redes. Estamos ante una revolución en el concepto de recursos humanos. Y debemos evitar el que ya se llama ‘apartheid electrónico’...'.
Igual que los países del área de la órbita geoestacionaria, Colombia es consciente de esa posición de privilegio, frente a la cual no pretendemos convertirnos en excluyentes usufructuarios de un recurso prioritario para las áreas bajo su influencia, necesario a la paz y al desarrollo, ajeno a la explotación con fines destructivos o violatorios de las soberanías nacionales o de la estabilidad ecuménica.
Pese a mi escepticismo sobre las invocaciones retóricas por la paz y a las estructuras del armamentismo disuasivo, caben reflexiones creadoras como las del Club de Roma con su proyecto Forum Humanum. Aprender de la pedagogía de la historia nunca fue fácil: somos bénevolos con nosotros mismos para modular polifónicamente nuestras exiguas virtudes, y tan circunspectos y avaros para hablar de nuestros defectos. Volubles y contradictorios, por naturaleza, lo somos más en la ebriedad del poder que en la nostalgia de la derrota: es una de las ventajas comparativas de estar del lado de los débiles.
Helmut Schmidt, ciudadano del mundo, navegó hace poco por la procela de la crisis y concluyó que los menos desarrollados hemos llevado la peor parte en la recesión: los nuevos y justos precios del petróleo fueron pagados 'solo en pequeña parte' por los países industrializados; el gran peso recayó en nuestros términos de intercambio, los cuales saltaron hechos añicos. Esto fue lo que recordó hace pocos días el eximio Jorge Illueca, presidente de esta honorable Asamblea y lo que proclamó aquí el joven y brillante Osvaldo Hurtado Larrea, presidente del Ecuador. Con humor negro alguien anotó que a los pobres nos dejaron administrando una miseria con aire acondicionado.
Ningún equilibrio perdura montado solo sobre la capacidad destructiva de las superpotencias, ni menos sobre reparto de órbitas en que las zonas subordinadas reman como galeotes hacia los centros de poder. La dimensión bipolar Este-Oeste y su dicotomía vertical entre ricos del Norte y pobres del Sur no responde a una realidad justa. Y no nos vamos a resignar a ella como los esclavos a la noria.
Los del Sur mantenemos nuestro compromiso con los valores de Occidente, el sentido vivencial de nuestra militancia por la paz, sin que haya en este empeño desviaciones ideologistas. El Secretario de Estado George Shultz, hombre de prestancia intelectual, ha sugerido que la refinanciación de los países en desarrollo, igual que sus déficit de comercio exterior y los precios de sus productos de exportación, deberían suscitar más inquietud que la subversión comunista o que otras fuentes de tradicional preocupación. Yo agregaría el ciego egoísmo proteccionista.
Es visible que la tentación proteccionista, una de las expresiones más injustas de discriminación, se levanta en obstáculo frente a un tercer mundo deudor de 600.000 millones de dólares, cuya refinanciación debe ser prioritaria como alternativa frente a la insolvencia de los deudores y como catalizador del dinamismo en los acreedores: pese a sus carencias, el tercer mundo condiciona parte del aparato productivo de los países industriales.
Alguien, a cubierto de sospecha, como Edward Heath, ex Primer Ministro Británico, presenta estos hechos escuetos:
'Uno de cada 20 empleos industriales de los Estados Unidos depende de exportaciones a países en desarrollo; de allí proviene el 25% de las manufacturas importadas a los Estados Unidos a un precio 16% por debajo de los países industrializados; y provienen dos tercios de los ingresos por servicios en la balanza estadounidense; el 60% de la deuda externa de los países en desarrollo no exportadores de petróleo está a favor de entidades financieras de los Estados Unidos, en donde se cancelaron el año pasado 300 mil empleos a causa de ia recesión en las áreas periféricas'.
Este condicionamiento recíproco muestra la urgencia de la reactivación de la economía mundial en su conjunto, y la reasignación de recursos financieros a través de conversión de una parte de la deuda de tales países en inversiones en el espectro social, como se ha programado para la conferencia económica latinoamericana de enero de 1984 en Quito.
Mi voz es la del hombre común, beneficiario o víctima de aciertos o despropósitos políticos: a pocas horas de esta sede se agita un continente exiliado de los medios de comunicación, proscripto de la atención de los poderosos y ahora epicentro de situaciones que nos convierten a todos de una u otra manera en actores de su drama.
Los problemas de América Central y el Caribe no surgieron de súbito, como si hasta ayer la colmaran sólo cumbias y sones de su bienandanza. La región ha vivido desde su independencia un arduo itinerario hacia formas de democracia real, en que el desarrollo navega a la zaga de las jactancias colonialistas. Pero hay potencialidades en el alma de nuestra gente, en el despertar de nuestros niños famélicos. Sólo que su creatividad la interrumpen interferencias exógenas a sus anhelos.
América Central es ejemplo de problemas de estructura, cuya solución corresponde a sus gentes y solamente a ellas, en el marco soberano de su autenticidad y de sus instituciones. Ese es el sentido de la acción del Grupo de Contadora para llenar un espacio vacío de aproximación a la paz regional, basados en la unidad de objetivos de México, Venezuela, Panamá y Colombia; y en el apoyo expreso de todos los países centroamericanos, para trabajar por un horizonte abierto en que cada país decida su destino.
Violencia, tensiones, incidentes, atraso, injusticia son reveladores de una crisis que ha olvidado la convivencia y la libre determinación, en la que intervienen con descaro las superpotencias en campos en donde los campesinos abandonan sus siembras para empuñar armas foráneas y cavar sepulturas propias.
En un esfuerzo conjunto que el mundo conoce como la filosofía de Contadora, los Jefes de Estado con la cooperación de cancilleres y asesores, hicimos el diagnóstico, clamamos por entendimiento entre las partes, buscamos diálogos, acuerdos y fórmulas de compromiso; y tocamos a las puertas de los poderosos en busca de la paz.
En esa dirección, el 17 de julio, con los presidentes de México, Panamá y Venezuela, suscribimos la Declaración de Cancún, con sugerencias concretas en que reiteramos nuestra búsqueda de la paz, las instituciones democráticas, el respeto a los derechos humanos y la justicia social. Igualmente nos dirigimos a los Jefes de Estado, cuyo respaldo deseo agradecer, al igual que las voces de aliento del Papa Juan Pablo II y de numerosos miembros de la comunidad mundial. Contadora ha entendido que su misión de heraldo de la paz en Centroamérica se identifica con los objetivos de las Naciones Unidas, y en el contexto de la resolución 530 (1983) del Consejo de Seguridad, facilita el encargo conferido al Secretario General, brindando informes sobre el proceso de pacificación. .
América, Asia y Africa muestran conflictos similares: en los tres continentes la intervención extranjera indebida amenaza la paz, fomenta odios, enriquece a los vendedores de armas y genera violencia. No obstante las peculiaridades de cada caso, los conflictos homologan, como causa determinante o concomitante, la intervención extranjera.
Por ello, el jefe de Estado de un país pequeño como Colombia, que no es potencia económica, ni militar, ni política, pero que sí es una potencia moral, que en lo doméstico busca la paz, el desarrollo y el cambio con equidad, siente la obligación ética de afirmar que es urgente y necesario que tropas y asesores militares extranjeros salgan de Nicaragua, El Salvador, Honduras; del Líbano, el Afganistán, Kampuchea y Namibia; de Mozambique, Angola, el Chad y de dondequiera que quebranten la libre determinación de los pueblos.
En América Central, en el Próximo y Medio Oriente, en el sudeste asiático y en todos los puntos de la Tierra donde los hombres destrozan a los hombres, mi país anhela que el diálogo sustituya a la voz de los cañones y que de allí salgan los sembradores de la muerte: son sembradoras de muerte las tropas voluntarias o mercenarias y las grandes empresas estatales o privadas, que desde los países productores de armas sofistican sus diabólicos inventos y fundamentan su poder en esa capacidad destructora.
Quien hoy tiene la honra de dirigirse a la Asamblea, es el segundo de 22 hijos de una familia campesina semianalfabeta de Colombia. No soy un tecnócrata –digo con nostalgia–, sino un viejo profesor universitario que le vio de cerca la cara al hambre, que durmió en parques e hizo toda clase de oficios por sobrevivir. Soy, pues, hijo del subdesarrollo y sobreviviente de esa grave enfermedad que es el atraso. Conozco, por personal experiencia, alegrías y tristezas de esa rama de la estirpe humana, la más extensa, la más sufrida y tal vez universalmente la más sabia. Con esa sabiduría he hablado ante este estremecedor auditorio; sin signos mesiánicos lo he hecho ni otra pretensión que haber llegado a Presidente de mi patria por el voto libre de mi gente humilde, cuyo lenguaje claro, rotundo y franco, les he hablado.
Mirando hacia atrás para buscar la forma de llegar a su comprensión, recordé cómo era el mundo claroscuro de mis mocedades. Cuántos cambios en una generación. Mientras los horizontes se encogían, se ampliaba la expectativa de vida; éramos 2.000 millones, hoy somos 4.000; en el año 2000 seremos 6.000 millones de seres.
Como ahora, vivíamos entonces al estruendo de los huracanes con que las Potencias azotaban el mundo. Hoy hemos conformado esta Organización donde en pie de igualdad las naciones que antes carecían de voz expresan libremente su opinión soberana.
A pesar del espectro omnipresente de la guerra, de esa insidiosa máscara de la barbarie que es el terrorismo; a pesar del imperio demencial de una razón de Estado que lleva a derribar aviones sacrificando inocentes, y a distinguir con evidente insensatez, entre amigos 'autoritarios' y enemigos 'totalitarios', como si en todos los casos no hubiera vidas humanas de por medio, algo muy noble ha surgido en medio de vuestros debates: el diálogo entre contrarios, no ya sólo teórico, sino práctico, el diálogo entre iguales en la comunidad internacional.
Disculpen esta declaración y esta reiteración de mi credo rural, pero creo en el triunfo de la libertad frente a la fatalidad; creo que la rebelión contra la injusticia es motor de la historia; y creo que la justicia entre los pueblos prevalecerá.
Para el visionario africano Albert Tévoédjré la pobreza de los pueblos se convierte en riqueza mediante un contrato de solidaridad por el cual los espíritus sientan la espuela de la superación. Un hombre de este siglo, discutible y discutido, de cuya lucidez y honestidad intelectual ni sus más vehementes contradictores osaron dudar, Bertrand Russell, dijo estas palabras aterradoramente optimistas:
'Ni la miseria ni la locura forman parte de la inevitable herencia del hombre. Estoy convencido de que la inteligencia, la paciencia y la persuasión podrán liberar a la especie humana de las tormentas que se ha impuesto, con tal de que antes ella no se extermine a sí mIsma...'
Obtengan ustedes que las estirpes condenadas a cien años de soledad, parafraseando a mi compatriota el Premio Nobel Gabriel García Márquez, tengan una segunda oportunidad sobre la Tierra.
Trabajemos juntos por una sola raza, la humana; un solo lenguaje, la paz; un solo propósito, el progreso.