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Ana Bolaño nunca supo lo que era estrenar un juguete de navidad. Nunca estrenó ropa en fechas especiales. Nunca supo lo que era probar un plato de comida gourmet. En esos años, en San Diego, Cesar, tenía que esperar que los vecinos se apiadaran de ella y su familia para probar algún alimento. Sin embargo, por más necesidades que pasó, por más que su casa fuera levantada en barro, consideró que aquellos tiempos fueron mejores por una de las razones más nobles y puras de su corazón: su hermano estaba vivo.