La tragedia de Armero, la ciudad colombiana arrasada la noche del 13 de noviembre de 1985 por una avalancha que dejó unos 25.000 muertos, estaba anunciada y las autoridades no hicieron nada para impedirlo, lo que fue el comienzo de una serie de desgracias, recuerdan sus supervivientes.
Como sucede en muchos casos, la tragedia era previsible pues desde hacía dos meses las emisiones de ceniza del cráter Arenas del volcán Nevado del Ruiz (5.321 metros sobre el nivel del mar), habían formado una represa en el río Lagunilla que nace en sus faldas y corre hacia el valle donde estaba Armero.
Treinta años después, los supervivientes recuerdan que en la tarde de aquel miércoles 13 de noviembre la tierra tembló por una erupción moderada del volcán seguida de una lluvia de cenizas que oscureció el cielo.
Fue el preludio del cataclismo que poco más de seis horas después se convirtió en la peor tragedia natural de la historia de Colombia y sepultó una ciudad de unos 30.000 habitantes próspera por sus cultivos de arroz y algodón.
'El presidente y el gobernador, que eran sabedores de que eso se acababa, debieron habernos avisado con tiempo para haber salido y no dejar que el pueblo sufriera una tragedia tan grande', dice a Efe Omaira Rivera Amézquita, una mujer de unos 80 años que sobrevivió junto con su familia.
Con motivo del trigésimo aniversario de la destrucción de Armero se estrenó el documental 'El valle sin sombras', del director Rubén Mendoza, en el que más de una decena de supervivientes relatan su drama personal, familiar y colectivo.
Lo que más les duele es la indiferencia del Gobierno del entonces presidente Belisario Betancur (1982-1986), y del gobernador del departamento del Tolima, en el centro del país, donde estaba Armero, Eduardo Alzate, que no hicieron nada para proteger a la población de una catástrofe inminente, relata a Efe Gabrielina Ferruccio, otra superviviente.
El 18 de septiembre de aquel año, 56 días antes de la avalancha, noticieros de la televisión colombiana informaban con enviados especiales a Armero sobre el represamiento del río Lagunilla por la ceniza de una erupción ocurrida el día 11 y el peligro que corría la ciudad.
Científicos de Suiza e Italia que habían investigado la reciente actividad del volcán también alertaron meses antes del riesgo, pero no hubo ni atención ni presupuesto para comprar los sismógrafos recomendados por los expertos para vigilar al Nevado del Ruiz.
'¿Por qué antes del 13 de noviembre no se produjo ninguna acción ante la advertencia expresa de que en caso de una erupción, Armero sería borrado por una avalancha?', se preguntó en un artículo el especialista en geotecnia y geofísica Gonzalo Duque Escobar, profesor de la Universidad Nacional de Manizales, que participó en varias investigaciones científicas del Nevado del Ruiz.
En el Gobierno se ignoraron las advertencias y el mismo día de la tragedia, cuando comenzaron a caer cenizas y un penetrante olor a azufre inundó el ambiente, las autoridades, en vez de ordenar una evacuación de Armero, recomendaron a la gente mantener la calma y permanecer en sus casas.
Pero a las 11.30 de la noche se produjo el apocalipsis para los armeritas cuando, en medio de la oscuridad total, el aterrador ruido de una avalancha de unos 100 millones de metros cúbicos de lodo, según expertos, avanzó rápidamente sobre la 'Ciudad Blanca', así llamada por sus cultivos de algodón, que quedó convertida en una explanada gris llena de cadáveres y escombros.
Los supervivientes, muchos de ellos todavía enterrados en el lodo y rodeados de sus muertos, vieron cómo algunas personas, incluso socorristas, les arrancaban las joyas que llevaban al cuello a cambio de ayuda, según denuncian en el documental.
'Los socorristas de la Defensa Civil nos pedían cosas y nos dejaban ahí botados, eso nos pasó a muchos de los que estábamos enterrados', cuenta a Efe Edilma Loaiza, quien vio morir a su esposo de 33 años, dos hijos gemelos de nueve y una niña de siete.
La mujer, que camina con una muleta y en compañía del único hijo que sobrevivió, perdió una pierna que ella misma se cercenó para tratar de salir de los escombros que la aprisionaban.
Omaira y Gabrielina, cuyas casas quedaron en pie, descubrieron como muchos otros que regresaron al pueblo días después que socorristas e incluso policías les habían robado sus pertenencias.