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El pasado 3 de julio, en la placita principal de la vereda de Machete Pelao, jurisdicción del corregimiento de Guachaca, en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, una decena de hombres camuflados con armas de largo alcance se distribuyeron en dos filas por la única vía del pueblito. Uno de ellos, encapuchado y con micrófono en mano, rendía honores –desde el platón de una camioneta plateada– al ‘Comando 27’, un compañero caído en combate. Todos los demás, incluyendo locales y turistas, prestaban atención sin decir mayor palabra. No se movía una hoja en el solar. Nadie emitía un sonido ajeno. El protocolo, impuesto por los fusiles, tan solo fue roto por un par de perros callejeros que se cruzaron varias veces en la mitad de la ceremonia.

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“¿Qué es lo que somos?”, interrogó el líder. “¡Somos las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra!”, le respondió al unísono el resto de la tropa. Luego sonó por los parlantes un himno militar. Al finalizar, por instrucciones del jefe del homenaje póstumo, los demás encapuchados subieron su fusil al hombro, como dictan los cánones castrenses en este tipo de eventos, y gastaron munición al cielo. Entonces ahí, extinguidas las formalidades, varios grupos de ciudadanos, la mayoría extranjeros, pudieron aflojar todas las tensiones.

La escena, tan natural para unos, pero tan antagónica para otros, ratificó una realidad que, al menos en la región Caribe, no tiene tanta visibilidad como en el Cauca, Guaviare o Caquetá: los paramilitares, los rejuntes de los grupos que dejó la desmovilización de las AUC, siguen controlando, casi que sin oposición, miles de territorios importantes del país. Machete Pelao, un paso obligado para ir a explorar las ruinas de Ciudad Perdida, el principal centro de desarrollo de los tayronas, no dista de esa realidad. 

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Este punto del Magdalena, al igual que todo el corredor turístico de la Troncal del Caribe, es controlado por las ACSN, que ante la falta de presencia del Estado, se han adueñado de todos los operadores comerciales y, de paso, de los puertos, legales e ilegales, para sacar del país los cargamentos de droga. 

Pero la aparente calma en esta zona, donde casi no existe el Estado, parece entrar en tela de juicio por otro actor armado, el poderoso Ejército Gaitanista de Colombia, o Clan del Golfo, que mantiene una expansión de la región desde el sur de Bolívar. La guerra se está cocinando hace tiempo.

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Sin embargo, ahora, tanto como EGC como ACSN, entraron al tablero de la paz total (diálogos socio jurídicos) del Gobierno nacional. Eso sí, hay más dudas que certezas sobre sus voluntades de paz y los resultados concretos que pueda dar este proceso.