El maestro Fernando Botero, con la sencillez que lo caracterizaba, dijo en alguna ocasión al hablar de su muerte: 'Que mi alma vaya a la tienda donde vendan aguardiente', pero Colombia como nación decidió despedirlo con todos los honores a partir de este viernes como el más universal de sus artistas.
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El escenario escogido fue el Capitolio Nacional, engalanado con sobriedad para la ocasión como gesto de agradecimiento al hombre que con sus pinturas y esculturas de formas voluminosas retrató la idiosincrasia colombiana y sus costumbres, pero también episodios de la vida nacional, como la violencia recurrente y la búsqueda de la paz.
'Decían que él era el más colombiano de los colombianos, y no podría estar más de acuerdo', manifestó su hija Lina Botero Zea, quien habló en la ceremonia en nombre de la familia, además de uno de los nietos del maestro, y agradeció 'la forma en que el país y el Gobierno han recibido de vuelta a uno de sus hijos favoritos, Fernando Botero, mi papá'.
Lina Botero recordó que el maestro, 'a pesar de haber vivido casi la totalidad de su vida fuera de Colombia, llevaba el país firmemente inscrito en su corazón'.
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