Un 25 % de la plantilla en el caso de Airbnb. Otro tanto en el de Uber. Los despidos por la pandemia del COVID-19 están teniendo especial virulencia en las empresas de la llamada economía colaborativa, hasta hace poco las grandes apuestas de futuro de Silicon Valley, pero que ahora ven cómo se desploman sus ingresos.
Con la salvedad del reparto de comidas a domicilio -que está viviendo un momento álgido precisamente por el COVID-19-, las empresas que más éxito han logrado con este modelo se hallan muy vinculadas a los sectores del transporte y del turismo, dos de los más castigados por las restricciones a la movilidad.
'Ahora dedico un 70 % del tiempo a la entrega de comida y un 30 % a pasajeros, cuando lo normal es que sea la proporción inversa', explica a Efe Jeffrey Thomas, quien lleva ocho años conduciendo para Uber en el área de San Francisco.
Para él, esto no ha supuesto sólo un cambio en el tipo de actividad que lleva a cabo, sino que ha venido acompañado de una caída de ingresos de hasta 1.500 dólares mensuales, puesto que los márgenes de la entrega de comida son muy inferiores a los del transporte de personas.
Como Jeffrey, cientos de miles de conductores en todo el mundo han visto cómo se desplomaba el número de pasajeros en los últimos meses están perdiendo una porción significativa de sus ingresos y algunos incluso han dejado de conducir porque ya no les salía a cuenta o porque no podían seguir pagando los plazos del automóvil.
Sin embargo, ningún conductor de Uber ha sido despedido durante esta crisis, precisamente porque el modelo de economía colaborativa en que se basa les otorga condición de trabajadores autónomos y no de empleados de la compañía.
Los despidos en Uber, por tanto, como los de su rival estadounidense, Lyft, y los de la plataforma de alquileres Airbnb, han sido todos de ingenieros, personal administrativo y gente que por lo general trabajaba en oficinas para garantizar la buena marcha y expansión de las empresas.
El caso de Airbnb es todavía más sangrante que el de Uber por las expectativas que la empresa tenía en 2020 -debía ser su gran año, con una salida a bolsa que ya no ocurrirá- y por la situación extremadamente delicada en la que han quedado multitud de propietarios que habían construido grandes negocios al hilo de la plataforma.
Durante los pasados años, en que el turismo y el gasto de los consumidores en ocio habían alcanzado niveles sin parangón, muchos inversores apostaron por hipotecarse con la compra de varias casas no con el objetivo de vivir en ellas, sino de alquilarlas para estancias temporales en Airbnb.
'Tengo una propiedad ya pagada que no me preocupa. Ahí dejo de ingresar por unos meses y ya está. Las que me preocupan son otras dos que compré en 2015 y que hasta ahora siempre había tenido llenas', explica a Efe Kim, artista profesional residente en Daly City (California, EE.UU.).
De las tres casas que Kim alquila en Airbnb, la única ya pagada es la de Daly City (al lado de su residencia), pero en las dos de San Francisco sigue pagando una hipoteca mensualmente, para la que hasta ahora confiaba en los ingresos que obtenía de los alquileres temporales.
En los tiempos de bonanza, la economía colaborativa era vista como una oportunidad fácil de garantizarse una fuente de ingresos manteniendo a la vez un alto grado de autonomía, pudiendo decidir cuántas horas trabajar al día y debiendo responder sólo ante uno mismo, lo que fomentó que muchas personas dejasen sus empleos para ganarse la vida conduciendo para Uber y Lyft o alquilando en Airbnb.
'Ahora, la perspectiva es mucho más precaria, sin seguro médico y sin trabajo durante períodos prolongados de tiempo. Por lo menos durante un tiempo, (la pandemia) será un escollo para que la gente abandone empleos estables y recurra a la economía colaborativa', apuntó el profesor de Finanzas de la Escuela Booth de Negocios de la Universidad de Chicago, Raghuram G. Rajan.