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La escritora cubana Wendy Guerra retrata con fino humor en su última novela, Domingo de revolución, la vida bajo continua sospecha de los intelectuales en su isla natal, siempre bajo la vigilancia de un régimen obtuso que ahoga la libertad creadora.

Contra la práctica de una narrativa complaciente con el canon oficial en la isla, Guerra (La Habana, 1970) tiene muy asumido que sus novelas jamás serán editadas en su país. Y se burla de ello.

La novelista arma un relato fundacional con gracia y audacia: la historia de Cleo, una joven poeta residente en La Habana, una autora bajo sospecha cuyo éxito, según la Seguridad del Estado y el Ministerio de Cultura, hasido construido por el enemigo (la CIA) para desestabilizar el país y la revolución.

Las historias de tinte autobiográfico que se trenzan en la novela narran la 'imposibilidad de una escritora de vivir y publicar en Cuba, de comunicarse con las autoridades y hasta con buena parte del exilio', que sospechan también de ella.